Voy tarde. Meses tarde, lo sé. No es que haya estado en la cueva. Sencillamente quería reposar el tema y no escribir tanto desde la vísceras, sino desde la reflexión, que es lo que me gusta, aunque a menudo me dejo llevar demasiado por lo primero. Muy de casquería soy yo, fíjate tú.
He dicho mil veces, digo ahora y volveré a decir las que haga falta que yo no tengo ni idea de casi nada. Y menos de baloncesto. A nivel usuario, como mucho. O sea, manejo el doble click y organizo carpetas dentro de otras carpetas. Pero ya. De lo que sí entiendo es de sentimientos. De los míos, digo. Me vanaglorio y me regodeo en el hecho de poder escribir o hablar -y cobrar- sin tener demasiada idea de lo que estoy diciendo. Pero se me ofrece esta tribuna, y otras, para que yo pueda escribir sobre lo que siento. Y lo que yo siento es único e irrefutable. Solo yo podría llevarme la contraria, que también sucede.
¿Qué pasa con lo de Mirotic? Que me duele. Que me dolió, mejor dicho. Una pequeña parte de mí quiere pensar que todavía hay un porcentaje de este maravilloso entramado mundial, que tenemos a bien llamar deporte profesional, que no se rige por el puro -y puto- dinero. Y, más allá de la fábrica de papel, un trocito pequeño de mi aurícula izquierda quiere pensar que todavía hay jugadores que, sin perder la perspectiva de que esto es su trabajo y que no va a durar mucho tiempo, mantienen unos valores estables durante toda su carrera y un respeto perenne a aquellos que los hicieron crecer y madurar. Lo que podría llamarse no morder la mano que les dio de comer. No insultar a aquellos que les enseñaron a atarse los cordones de las zapatillas, les dieron palmaditas para sacarles los gases o les soltaron la paga para sus primeras salidas nocturnas.
Si el baloncesto fuera un reality el Real Madrid serían los padres, el Barcelona las drogas y yo Pedro García Aguado. Mirotic sería Mirotic.
Entiendo sus aspiraciones motivacionales de querer competir por cada partido y luchar por los títulos. Entiendo también que fue de alguna manera ofrecido al Madrid (breve recordatorio: volver al primer párrafo, hablo sin saber) y que se le dijo que no tenía hueco. No, al menos, con el sueldo Nescafé que pretendía. Entiendo, por otro lado, que tampoco viene por dinero ya que en la NBA habría tenido más, aunque, ojo, tampoco viene gratis. Y dicho sea de paso, tampoco se entiende el oscurantismo en torno a la operación económica. ¿Que quería volver a Europa, ser el mejor pagado del continente y competir por cada título y por ser el MVP de cada competición? Perfecto. Cerradas las puertas del Real Madrid multitud eran las opciones que estarían deseando cumplir con los requisitos requeridos, valga la aliteración.
¿Por qué elegir, entonces, el Barcelona? Ni yo ni nadie que lave su ropa con Perlán pudo llegar a entenderlo cuando se fraguó. Y no lo entendemos porque nos parece una falta de respeto al equipo que lo recogió como un Mogli y lo devolvió como un Tarzán. Una falta de sentimientos ante una afición que lo adoró, vitoreó y presumió de él durante años. Y una falta de escrúpulos al no tener ningún reparo en cambiar de bando en mitad de la guerra.
Y no. Esto no es lo de Bodiroga, lo de Djorjevic o lo de Laudrup. Esto es lo de Figo. Y joder cómo jode. Eso sí, al menos nosotros podremos presumir de no convertir ningún evento deportivo en un concurso de lanzamiento de gallinejas o callos a la madrileña. Y con este símil culinario con el cochinillo del Camp Nou cierro el círculo de la casquería que tuve a bien abrir en el primer párrafo, y casi que me despido.
Y a ti, Nikola, de corazón te digo que te vaya bien. Eres un buen chaval y como tal, como ya te dije por privado aunque no quisiste contestar, hagas lo que hagas una parte de mí siempre te querrá y te recordará con cariño. Porque mis sentimientos son míos y me los follo cuando quiero. Pero como se te ocurra ganarnos algo en nuestra cara quiero ver cómo me devuelves la camiseta de Era campo atrás que te regalé.