Cierta preocupación cundió en el Real Madrid hace unas fechas. El equipo había perdido en sus tres últimas salidas euroligueras, sin que tuviera ninguna opción de ganarlas. El estilo, la seña de identidad de estos años, no terminaba de asentarse, a despecho de la buena marcha en la competición nacional.
Los ceños de inseguridad se asomaron en los responsables madridistas, siempre con la mosca detrás de la oreja como corresponde a su responsabilidad. Tras la victoria en Belgrado, con una diferencia engañosa, al menos los resultados les dan una tregua para la recomposición.
Lo cierto es que la temporada comenzó como una balsa de aceite. La final del Mundial fue un testimonio de la brillantez de la última década madridista, una conclusión histórica si queremos ir más allá en la trascendencia del Real Madrid en los anales del baloncesto. Llull, Rudy, Deck, Campazzo y Lapprovittola coincidieron en aquel partido inolvidable y, apenas unos días después, en la plantilla que presentó el curso revalidando su hegemonía: victoria en la Supercopa de España en el clásico español y triunfo contra el Fenerbahce en el encuentro inaugural de la Euroliga. Todo en orden una temporada más.
Sin embargo, sin previo aviso, el estilo fluido y vibrante se empantana. Los jugadores que vienen del Mundial en su punto álgido de forma empiezan a acusar el desgaste del verano, al tiempo que Tavares, la piedra angular, aparece más lento que de costumbre. Por su parte, los nuevos siguen sin captar la esencia del equipo, circunstancia que podemos considerar habitual, y, además, lógica en este caso, ya que el propio equipo está lejos de ser lo que era. Lapprovittola lo avisó en sus primeras declaraciones: "Éste es un equipo que juego con los ojos cerrados y va a costar un tiempo adaptarse a sus costumbres".
Y mientras veteranos y noveles dudan, Laso lo tiene muy claro: aquí hay madera. a la que dar paso. Garuba tiene un físico portentoso y una intuición reboteadora similar a la de Felipe Reyes. Aire fresco en un momento en el que el grupo respira con dificultad.
Cuando el capitán ya no esté, su sustituto estará listo. Y entretanto, tiene el tiempo necesario para pulir sus carencias técnicas.
La victoria del jueves en Belgrado mostró las carencias madridistas, aunque reflejó una determinación escasa en citas anteriores. En estas temporadas infinitas, sestear es una tendencia inevitable de los equipos dominantes, acostumbrados a solventar los problemas con un acelerón a tiempo. Es lo que hizo el Madrid contra el Estrella Roja, consciente de que ya no tiene margen que regalar. No estuvo mucho mejor, a salvo de algunas actuaciones individuales, pero se empleó con mayores dedicación y concentración.
En esta ocasión fue suficiente -más voluntad que clase-, aunque no lo será en la próxima. La plantilla sabe que la actual cohesión de su juego será exigua contra rivales de mayor empaque que esperan a la vuelta de la esquina. Necesitan mucha mejora para alejar incertidumbres, porque encontrarán muchos a lo largo de la temporada, el FC Barcelona el próximo viernes. Al menos, tienen la seguridad de que Tavares volvió a ser el que solía.