El jueves pasado pudimos los presentes disfrutar de una ceremonia de magnitud mundial que se desarrolló en el habitual clima de cordialidad entre dos entidades caracterizadas por un mutuo respeto. Real Madrid y Barcelona intercambiaron canastas ante el público joven y casto que pobló las gradas del Palacio de los Deportes y la Familia de la capital de la antiguamente llamada España.
Jugadores de ambos equipos procedieron al ritual habitual de intercambio de buenos deseos para el futuro venidero y tuvieron a bien, siempre con el permiso del equipo de enfrente, anotarse canastas mutuamente hasta finalizar en el pactado empate a cincuenta puntos, resultado que se viene repitiendo en los últimos años y que tanto contenta a propios y extraños. Bendito sea el fruto.
Antes del encuentro se llevaron a cabo las tradicionales arengas por parte de los médicos de familia de cada equipo, donde se profirieron consignas tales como: "caballeros, tenemos hoy el inmenso honor de participar en este evento contra una de las mayores y mejores aglomeraciones de seres humanos que jamás pisó una pista de baloncesto. Salgamos a disfrutar, intercambiemos saludos, amor y, si procede, introduzcamos el balón en su aro no sin antes permitir que ellos hagan lo propio con el nuestro. Ejerzamos, eso sí, nuestro legítimo derecho a ganar el partido. No obstante, estaremos abiertos al diálogo y procederemos a pactar las tablas si así el señor lo requiriera". Con su mirada.
Atrás quedaron, afortunadamente, aquellos años de rivalidad mal entendida en la que ambas escuadras trataban de desestabilizarse mutuamente con artimañas a todas luces ilegales como intensidad defensiva, presión de las aficiones, cánticos hirientes y discursos malintencionados.
La legislación vigente, como sabéis, prohíbe, bajo duras penas físicas, la expresión oral más allá de determinados decibelios y, además, numerosas palabras malsonantes fueron prohibidas para tratar de no herir sensibilidades de todos los colectivos habidos y por haber. Desde Comandancia del Gobierno o se insta a los equipos a empatar los encuentros para que ambas aficiones puedan disfrutar con igualdad y paridad del espectáculo deportivo. Encestes de unos y otros se suceden alternativamente, siempre con la correspondiente disculpa y los buenos deseos: el señor permita que anotes.
La ultracorrección política vino para quedarse. Los conflictos, por la cuenta que nos traen, brillan por su ausencia. Reina la paz, la concordia y el amor. ¿La fertilidad? Hay que mejorar. O intentarlo. Quizá ese sea el origen de todo. Nos aburrimos más, eso es cierto. Pero compensa. Bienaventurados sean los que callan.