Tanta coherencia destila el proyecto madridista que le han bastado cinco jornadas de la Euroliga para manifestar su superioridad en el continente. Este humilde cronista escribía hace menos de una quincena que el Real Madrid afinaba el rumbo, aunque no esperaba que en tan corto espacio liquidara a sus más directos rivales sin concederles la mínima oportunidad de victoria. Maniató al Barcelona (86-76), apabulló al Khimki (194-76) y, ayer, enervó al CSKA (97-81), que terminó, como el azulgrana, desesperado ante la superioridad blanca: la impotencia explícita de sus contrarios es el sello de las últimas victorias blancas.
No hay otro secreto que el de un equipo que piensa y actúa como tal, también en los despachos. El Madrid funciona en un estado permanente de búsqueda de soluciones, ante el inevitable declive de sus piezas básicas y las fugas no deseadas que hubieran despedazado a cualquier otro club.
En estos tiempos vertiginosos, siempre ha buscado las piezas que mejor encajan en su forma de entender el juego y la convivencia, en lugar de dejarse llevar por el brillo de feria de estrellas que no lo son. Este juicioso punto de vista ha traído a Madrid a Causeur -el jugador más infravalorado de la Euroliga, según encuesta entre los jugadores- y a Gabriel Deck, un portento de eficacia individual y colectiva. Por no citar a Tavares, el jugador más determinante de Europa.
En definitiva, el tino en los fichajes ha mantenido al equipo de Juan Carlos Sánchez y Pablo Laso en la cúspide, mientras que sus rivales de principios del decenio, Olympiakos y Maccabi, hace tiempo que no cuentan en los pronósticos, y el Fenerbahce camina esta edición entre los últimos. El Barcelona, también exasperado en los despachos, no ha encontrado otro remedio que el desembolso en tromba para escapar del ostracismo.
El resultado culé ha sido un equipo con grandes talentos ofensivos y menos querencias para otras labores. No digo que no puedan lograrlo porque mimbres no les faltan, pero Pesic tiene por delante una tarea larga hasta la consecución de un bloque sólido como el de su eterno rival. La diferencia entre ambos ha saltado a la vista en los dos enfrentamientos que han tenido lugar: un Barça dubitativo, casi ausente, en los momentos decisivos, y el Madrid infatigable, correoso y pleno de automatismos.
Llama poderosamente la atención que la superioridad madridista incluya lagunas inexplicables y una tendencia -iniciada por Llull- al lanzamiento de mandarinas con resultado imprevisible. Quizá solo respiran para asestar el golpe que nadie aguanta, y tal vez los lanzamientos imposibles les divierten tanto que su energía se renueva.
No importa por qué, el asunto se concreta en que este ritmo enloquecido también envuelve a sus oponentes, que se desempeñan mucho peor en estas circunstancias. No importa cómo, el Madrid enerva a los rivales, tanto en el sentido castellano y puro del término, debilitar; como en el francés que se coló en nuestro idioma hace ya unos cuantos años: poner a alguien al borde de un ataque de nervios.