Hace tiempo que Pablo Laso abandonó la brillantez por la eficacia. Su Madrid se ha convertido en un equipo que modula sus esfuerzos con la precisión de un reloj suizo: convirtió al Valencia en un semifinalista ramplón con la misma sencillez con la que se deshizo del Bilbao Basket.
Este es el rango que tienen hoy los blancos, el de empequeñecer a grandes rivales -el Valencia es uno de los equipos más en forma de Europa- sin aparente esfuerzo. Un engaño de los sentidos, porque es capaz de acelerar de forma imperceptible según quien sea el contrario, y, como hacía Induráin, sin dar una pedalada de más. Así, como quien no quiere la cosa, liquidó al Valencia que comenzó mal y nunca supo encontrar su sitio.
El Madrid de Laso se han convertido en un cumplidor en las grandes ocasiones. Replica sus hábitos competitivos ajenos a la relevancia, como hacen los grandes deportistas y equipos que se agigantan cuando es oportuno. Jugadores diferentes para partidos diferentes, los que necesita la entidad que representan. El Real Madrid es un club que vive para los encuentros trascendentales, cuya existencia se justifica por los títulos.
Además, el entrenador blanco ha enseñado a sus alumnos aventajadísimos el oficio -o el arte- de jugar en equipo. Cada uno en su papel, moderando sus egoísmos e intentando hacer mejores a los demás. Es un conjunto equilibrado, confeccionado con la vista puesta en la excelencia grupal, no en el talento individual. De éste pretende partir el Barcelona, así que, de momento, ha progresado poco en su búsqueda de la solidez.
El partido tuvo poca historia, la que quiso el Madrid. Comenzó como diseñaron los blancos, con un Valencia desconcertado por la rapidez de Campazzo, la impotencia de Dubljevic ante Tavares y la contundencia defensiva de todo el equipo, que sólo permitió anotar veinte puntos a sus rivales en el primer tiempo. Por el contrario, los madridistas se mostraron imprecisos en el tiro, cuestión que corrigieron en la segunda parte. Primero aprietan en defensa y luego acribillan en ataque o viceversa. ¡Qué más da si tienen tantos recursos!