El baloncesto me hizo muchos regalos y conocer a Mark McNamara fue uno de los mejores. Se presentó en Madrid como otro "americano" más, sin alardes ni ostentaciones, a pesar de su currículum deportivo y cinematográfico. Como a cualquiera de los que venían por entonces, lo recibimos con los brazos abiertos y no tardó en convertirse en un madrileño más de la plantilla.
Mark había conocido el oficio de jugador y la cancha de la vida, aunque se tomaba con naturalidad su pintoresca biografía. Compartió vestuario y anillo de campeón con Julius Erving y Moses Malone en los Sixers en el 83. Fue compañero de Kareem Abdul Jabbar y Magic Johnson en los Lakers. Y, ya saben, se vistió de Chewbacca en el rodaje de El Imperio contraataca junto a George Lucas y Harrison Ford.
Sin embargo, en lugar de presumir de sus peripecias vitales, se felicitaba por la suerte que había tenido. Más que sus méritos, habían sido las circunstancias las que habían jugado a su favor, según su versión, quizás desconsiderada consigo mismo: tuvo una notable carrera en la NCAA y consiguió fama de jugador duro y disciplinado en la NBA.
"Mi último golpe de fortuna ha sido fichar por el Real Madrid", me confesó un día. Estaba encantado de pertenecer a un club histórico con un gran conocedor del baloncesto, George Karl, aunque viniera como temporero para cubrir la lesión del gran Ricky Brown. Se quedó toda la temporada, pues era de gran ayuda en los entrenamientos, vitales en un juego tan táctico.
Su carácter tuvo mucho que ver con su permanencia en el equipo. Era un californiano castizo, amante de la juerga moderada, de la buena mesa y del humor, absurdo o directo. Así que encajó como pez en el agua en Madrid, más concretamente en el edificio en el que vivo y vivía, rodeado de mis familiares, también convecinos. Es normal que se acordara siempre de nosotros, porque lo teníamos en palmitas, básicamente, porque se lo merecía.
Nunca contó demasiado de la NBA y tampoco lo puedo contar sin su permiso, aunque sí señalar que cada uno de los genios citados tenía sus rarezas. Si no, no serían genios. De Lucas comentó que tenía la película en la cabeza hasta el mínimo detalle y que Ford le pareció un buen tipo. No le pudimos sonsacar mucho más… que se pueda publicar, porque, además, firmó una cláusula de confidencialidad para el rodaje. En realidad, tampoco nos interesaba demasiado. La NBA estaba sobrevalorada y la serie de las estrellas nos parecían películas para niños.
De forma que cuando vino su primo Peter, rodamos nuestra propia película de espías en la que Mark y su pariente eran los buenos, y los demás éramos los malos, incluidos Ricky Brown y Romay, que por poco ahoga de verdad a su víctima, tanto le apretó en el cuello. La película se presentó a un festival de cortos en California, aunque no tengo noticias de que nos dieran ningún premio.
Cuando se fue me regaló su radio-cassette-CD enorme -lo que se estilaba- que le acompañó en su piso de Madrid. Todavía lo conservo, porque me recuerda aquellos días felices, aquellos maravillosos años en los que solo nos preocupaba el rival que vendría. Y, sobre todo, porque me recuerda a Mark, un tipo estupendo, sencillo y siempre alegre. Un buen amigo que vino de California, la meca del cine.