Créanme, estoy más sorprendido que ustedes. El equipo más regular del continente, que siempre había ajustado su potencial a la ocasión para cumplir sus expectativas, ha errado su oportunidad más sencilla. Una sorpresa mayúscula, fácil de analizar según el juego mostrado, aunque imposible de aclarar conforme al potencial individual y colectivo. Un misterio cuya solución sólo puede estar en la mente de los protagonistas.
Porque en un campeonato alejado de lo habitual, lo más extraño no han sido ni las mascarillas ni la falta del público. Aún más si pensamos que era el único de los aspirantes al título que se presentaba con la plantilla al completo. Y nada de lo que se diga puede excusarlos, pues, por ejemplo, sus jugadores también han competido muchas veces con este formato copero inédito, con sus selecciones o en las Final Four.
Los motivos del batacazo podrían radicar en una preparación deficiente o en una mentalidad impropia para la ocasión. Pero este equipo juega de memoria desde hace años y sus jugadores están curtidos en mil y variadas batallas. Tampoco en los partidos ganados dejaron entrever mal momento físico. A falta de más razones, las derrotas frente a rivales a los que en cualquier otro momento hubieran superado con enorme facilidad sólo tienen explicación en la mente de los jugadores.
Si la cara es el espejo del alma, el Real Madrid ha demostrado muy poco espíritu. Y bien que siento decirlo, pues ésta ha sido otra de las características infalibles del Madrid de Laso. La competitividad y la búsqueda de la remontada en situaciones desesperadas han sido un sello que estamparon con frecuencia. Esas ráfagas de orgullo descargadas que ni siquiera hemos atisbado.
Al contrario, en esta Fase Final hemos visto un equipo triste y serio, sin capacidad de reacción y jugando un baloncesto irregular. También con exceso de confianza, con carencia de humildad, si queremos decirlo de otro modo. Y tropezando dos veces en un pedrusco. No en una china, puesto que se puede excusar una derrota, pero la segunda contra el Morabanc Andorra -¡91-75 con la liga en juego!- es el mayor borrón de la brillante historia del Madrid de Laso.
Podemos dejar pasar muchos detalles en la vida o en un partido, pero nunca debemos permitir que la actitud nos abandone. La colectiva es más difícil de mantener que la individual, pues los egoísmos entran en juego y las distracciones se multiplican. Confiados en exceso en sí mismos, pero sin la pujanza física y mental de hace unos meses, jugaron a ser la liebre con la cabeza y los pies de plomo.
Este equipo que rozó la perfección muchas veces tiene un presente negro, pero un futuro esperanzador. Una cosa no quita a la otra, sobre todo si echamos una ojeada a su historial y a su plantilla. Es un vago consuelo para los blancos, que posiblemente estén tan aturdidos como nosotros preguntándose quién les noqueó. Las respuestas siempre están en nuestra mente.