Todavía no me lo creo. El Real Madrid de Chus Mateo ha concluido su racha de hazañas con la Hazaña, con la consecución de la Copa de Europa más inesperada de cuantas hayan caído en el cofre del áureo botín madridista. Ni siquiera la del Real Madrid ye-yé en 1966 – nadie esperaba que un equipo tan joven llegara tan lejos – tuvo el carácter sorpresivo de lo obtenido por este equipo homérico. Y no lo tuvo fácil, pues enfrente, el Olympiacos demostró por qué fue el campeón de la fase regular.
El comportamiento del Real Madrid de Chus Mateo ha estado plagado de hazañas, de sucesos impensados lejos de la imaginación del mayor optimista, superando la carencia de hombres altos que hubiera calcinado las opciones de cualquiera. También se ha impuesto a una dinámica irregular previa - incluso a la propia inconsistencia inducida por las bajas en cada partido - que no vaticinaba la vibrante resurrección que hemos disfrutado.
Y enfrente, estaba el Olympiacos, el rival más duro, el equipo más homogéneo, cementado en una fase regular poderosa y con un entrenador experimentado. Un bloque construido sin falla alguna para la victoria, aderezado por la competitividad helena que siempre genera un soplo extra de energía. Una rotación con mucha presencia física, que parecía demasiada para un equipo cuya carencia venía por la escasez de estatura.
El Real Madrid luchó hasta el agotamiento, ensayó las opciones tácticas que le habían funcionado y alguna que Mateo estructuró para el encuentro. Y cuando todo parecía perdido, un tiro de Llull puso un broche con el oro de una suma de gestas mayúsculas. Más allá de la victoria, hoy recorre por mis venas el orgullo por un grupo que ha ensalzado como pocos las virtudes del deporte, la fuerza de la manada, los principios que asentaron en los años cincuenta una generación de hombres admirables: Santiago Bernabéu, Alfredo Di Stéfano, Paco Gento, Raimundo Saporta, entre otros muchos que dotaron de significado a una entidad empeñada en la réplica incesante de su decálogo.
Apretaron en defensa cuando fue preciso, abrieron el juego para anotar triples si lo necesario consistía en abrir una defensa para dejar sitio a Tavares. Y ya no solo fueron los viejitos, Nocioni dixit. Los fichados como sucesores tomando el mando de las operaciones en el primer tiempo, todos aportando en un equipo cuya fortaleza mental resultó determinante. Obstinados en no desfallecer, en plantar cara al desánimo que le trazaba el destino, a la búsqueda de la victoria soslayando su inferioridad o la condición de favorito indiscutible del FC Barcelona, su ejemplo ha resultado sublime. En este camino, han dejado imágenes de remontadas milagrosas basadas en la entereza del carácter, el poderío de Tavares y el conocimiento de los que más saben: Llull, Rudy y Sergio Rodríguez.
Con la consecución plena de sus esperanzas, la fecundidad premiará su esfuerzo, más allá del valor de una Euroliga, por triplicado En primer lugar, porque los aficionados nunca olvidaremos estas semanas, aún más quienes nos sentimos parte humilde de una historia deslumbrante. Después, porque los noveles madridistas han disfrutado de clases magistrales, de una aceleración en enseñanzas que cuajarán en un futuro próximo. Es más, me atrevo a señalarlos para cualquier entendimiento atento a los fenómenos sociales como un modelo de actitud ante el infortunio.
Si habían remontando de casi todas las formas posibles, aún les quedó la de la final. Entraron perdiendo por seis puntos en el tramo decisivo. Algo que parecía imposible de superar. Pero apareció el Chacho con un triple imposible y apretaron como nunca atrás. Todavía les quedó una oportunidad a falta de doce segundos. Y Chus Mateo, valiente como nadie, dibujó una jugada para Llull que ¡no había anotado una canasta en todo el partido! La sublimación de la fe en sus jugadores, de la confianza en su equipo, del deseo máximo. Y casi no podía ser de otra forma: con una semimandarina de Llull echándose hacia atrás, bombeando el balón para sortear a Fall, la torre griega.
No tengo nada más que añadir de lo que ya he hecho en esta serie de crónicas de una epopeya que ya está en los libros de la historia del baloncesto y del Real Madrid. Y mientras, replicando la frase de la película Carros de Fuego, finalmente ganamos, luciendo la corona de la modestia.