La segunda edición de la Copa NBA finalizó esta semana con la victoria de los Milwaukee Bucks frente a los Oklahoma City Thunder por 97-81 en la T-Mobile Arena de Las Vegas. Con Giannis Antetokounmpo brillando a un nivel superlativo (26 puntos, 19 rebotes y 10 asistencias) y el apoyo de Damian Lillard (23 puntos), los Bucks se proclamaron campeones y cada jugador del equipo recibió un jugoso premio de 514.000 dólares.
Sin embargo, más allá del resultado, lo que ha marcado la conversación en torno al torneo esta temporada es la palpable falta de interés del público. Lejos de la expectación que generó en su primera edición, esta segunda Copa NBA ha sido víctima de una caída notable en sus audiencias y de un desapego significativo por parte de los aficionados.
¿Qué ha sucedido para que un formato que el año pasado logró, al menos, despertar curiosidad haya pasado a ser visto con apatía y en algunos casos con cierto desdén? ¿Por qué la NBA, a pesar de ser un coloso deportivo, no ha logrado consolidar este torneo a mitad de temporada como un hito de obligada visualización?
Caída de las audiencias
La Copa NBA se diseñó para introducir un punto de competitividad adicional durante la temporada regular, ofreciendo un trofeo intermedio que premiaría a los equipos con mejores actuaciones en determinados partidos de la primera mitad del curso.
La idea, inspirada en la tradición de las copas nacionales europeas en el fútbol y el baloncesto, era paliar la sensación de monotonía que en ocasiones domina la larga fase regular de la NBA.
La primera edición se disputó el año pasado y despertó cierta curiosidad, en parte por la novedad, y en parte porque equipos mediáticos, como Los Angeles Lakers de LeBron James, llegaron muy lejos en el torneo.
Sin embargo, en su segundo año, la competición no ha logrado afianzarse. Según datos de audiencias adelantados por medios especializados, la fase de grupos promedió 1,33 millones de espectadores en EEUU, lo que supone una caída del 10% respecto a la temporada anterior.
Incluso la fase final, disputada en Las Vegas, no generó el efecto llamada que la NBA esperaba. Las entradas, accesibles a precios populares (en algunos casos por debajo de los 100 dólares), no bastaron para llenar la arena de entusiasmo, y mucho menos para provocar el interés del público general a nivel nacional.
Una de las hipótesis para explicar esta falta de enganche es la feroz competencia deportiva que existe en Estados Unidos. En pleno otoño, la NFL domina la conversación mediática y arrasa en índices de audiencia.
La Major League Baseball (MLB), en sus etapas cruciales, también acapara miradas, y partidos que enfrentan a equipos históricos (como Dodgers contra Yankees) obtienen récords de audiencia que dejan en segundo plano cualquier intento de la NBA por dar relevancia a un torneo accesorio.
Además, otros eventos extradeportivos, desde elecciones hasta combates de boxeo de gran repercusión, pueden desviar el interés del aficionado medio.
Sin grandes narrativas
La Copa NBA no logró atraer a un público masivo porque careció, este año, de grandes narrativas y de las estrellas más mediáticas en la última ronda. En 2023, LeBron James y los Lakers ofrecieron un halo de relevancia que hizo que el torneo pareciera más importante.
Cuando las figuras más icónicas del baloncesto estadounidense deciden que un evento vale la pena, el público tiende a responder. Este año, la presencia de franquicias como los Bucks o los Thunder, aunque muy competitivas, no generó la misma expectación.
Milwaukee y Oklahoma City son mercados pequeños y no tienen el arraigo, la tradición o el alcance mediático de conjuntos como Lakers, Knicks, Warriors o Celtics.
Por muy admirables que sean jugadores como Antetokounmpo o Shai Gilgeous-Alexander, ninguno de ellos ha alcanzado todavía el aura mediática de LeBron James, Stephen Curry o Kevin Durant.
La NBA se enfrenta a un problema de renovación de ídolos. Con las leyendas modernas acercándose al ocaso de sus carreras, la liga no ha encontrado aún un heredero en cuanto a carisma y capacidad de generar atención masiva.
Antetokounmpo, Jokić o Gilgeous-Alexander son superestrellas deportivas, pero no parecen tener la misma capacidad para acaparar la narrativa cultural. La Copa NBA podría haber sido una plataforma para consolidar a la nueva generación, pero no ha tenido el impacto deseado. La consecuencia es un torneo que, sin los jugadores más mediáticos en las etapas decisivas, pasa prácticamente inadvertido para el gran público.
Formato sin tradición
La mayoría de las tradiciones deportivas que conocemos se han consolidado con el tiempo, no han surgido de la noche a la mañana. Un torneo intermedio, por mucho que la NBA lo publicite, no adquiere relevancia histórica solo por existir un par de años.
La magia de la postemporada, el valor incalculable del anillo de campeón y la mística forjada durante décadas no pueden replicarse de forma instantánea a mitad de curso. Un trofeo adicional suena, para muchos aficionados, como un añadido de marketing sin trasfondo verdadero.
La NBA ha intentado vender el torneo como algo prestigioso, un evento que "merezca la pena" ganar. Ha inyectado notables sumas de dinero en premios y ha puesto toda la maquinaria publicitaria a funcionar.
Sin embargo, la realidad es que el aficionado percibe esta Copa como un extraño parche que no termina de encajar. Ni el cambio de nombre (inicialmente se llamó In-Season Tournament) ni la repetición en la misma sede (Las Vegas) ha logrado convertirlo en un producto atractivo.
Se nota demasiado que la competición se ha creado para luchar contra el tedio de la regular season y para diversificar la oferta en un calendario saturado de partidos con un significado a menudo difuso.
Premios monetarios
El incentivo económico, de 500.000 dólares o más por jugador del equipo campeón, puede cambiar la vida de quienes menos cobran en la liga. Sin embargo, no resulta motivador para las grandes estrellas, que ya perciben contratos multimillonarios.
Antetokounmpo lo dijo claramente: a él el dinero no le mueve, pero sí le hace gracia pensar que sus compañeros con salarios menores puedan beneficiarse. Este factor no basta para generar un compromiso real y una narrativa en la que se vea a los mejores jugadores dejarse la piel por un trofeo que consideran secundario.
La Copa NBA no cuenta con una identidad propia arraigada en la historia del baloncesto norteamericano. Mientras que en Europa las copas nacionales forman parte del ADN de las competiciones de fútbol y baloncesto, en Estados Unidos no existe un equivalente consolidado en el baloncesto profesional.
Si además se añade que la mayoría del público considera que el único objetivo real es ganar el anillo en junio, el resultado es predecible: indiferencia o desinterés, como ha ocurrido con esta segunda edición.
El All-Star, tambíen en horas bajas
Quizá consciente del estancamiento de ciertos eventos, la NBA anunció este martes de la final de la Copa un cambio radical en el formato del All-Star a partir de febrero de 2025.
En lugar del partido tradicional Este contra Oeste, o la elección de equipos por parte de capitanes, la NBA creará un minitorneo con cuatro equipos. Tres se formarán con los 24 jugadores más votados (repartidos en conjuntos de ocho) y el cuarto será el ganador del Rising Stars.
Se disputarán así dos semifinales y una final, con el primer equipo en llegar a 40 puntos como ganador de cada choque, y con premios de 125.000 dólares por jugador del conjunto campeón.
Además, los equipos llevarán el nombre de exjugadores legendarios como Charles Barkley, Shaquille O’Neal y Kenny Smith, quienes actuarán como “directores generales”.
La idea de la NBA es reavivar el interés en un evento que, durante los últimos años, se ha vuelto frío y falto de competitividad. El All-Star, antaño un espectáculo esperado con ansias, se ha convertido en un trámite al que muchos jugadores asisten sin apenas mostrar esfuerzo. Con este minitorneo se busca aumentar la tensión competitiva y, al mismo tiempo, repartir cuantiosos premios.
Esta modificación recuerda a la propia esencia que la NBA intentó con la Copa: generar interés a través de la novedad y la incertidumbre de un formato distinto.