El Madrid y su rabia final juegan con las ilusiones del Milán
Tras una segunda parte fea y con los italianos algo más sólidos, los blancos llevaron el partido a su terreno en los últimos minutos (94-89).
27 enero, 2017 23:24Noticias relacionadas
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Cuando tienes a todo un Real Madrid delante, eres capaz de amenazarle con robarle una victoria y acabas perdonándole la vida, lo pagas muy caro. Porque el Madrid es el Madrid por algo y, cuando huelen la sangre, nadie para a sus jugadores. La rabia empezó a personificarla Sergio Llull echándose al equipo a la espalda tras una técnica ya en el último cuarto, con los de Laso jugando a trompicones y dejando soñar al Milán. Sin embargo, la mejor ejemplificación de la furia blanca llevó la firma de Luka Doncic. Un mate suyo a menos de un minuto del final, con Nocioni corriendo desbocado por la pista del Palacio de los Deportes para celebrarlo, lo sentenció todo. Y, de paso, aclaró que hay algunos partidos que el Madrid gana cuando quiere. Porque ellos lo valen (Narración y estadísticas: 94-89).
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En un partido de guión similar al disputado ante el Brose, aunque de más claroscuros, el Madrid ya dio la sensación de poder llevarse el partido cuando quisiese en algunos momentos de la primera mitad. ¿Cómo no pensarlo con 'mandarinas' de Llull y tapones de escándalo de Randolph de por medio? Hubo amagos de rotura, aunque no lo suficientemente asentados como para provocar un cisma en el encuentro.
Buena parte de la ecuación de la ida se repetía para los de Laso. Othello Hunter, como en Milán, se fajaba con éxito bajo tableros y acompañaba a Llull en las labores de liderazgo. Luka Doncic se unía a la fiesta a base de triples, y el Carroll de toda la vida, ya totalmente desterrado el que no veía aro, también desatascaba el ataque cuando convenía. Aun así, algo fallaba. Las fuerzas no estaban tan enteras como en Alemania y en el Milán se percataron.
Sin grandes alardes y poco a poco, los italianos asaltaron el marcador. Simon fue su mejor exponente, pero el protagonismo fue un tanto compartido: un rato aparecía McLean, otro Hickman, más tarde Dragic, también Raduljica… Aprovechando que el Madrid andaba menos atinado al empezar la segunda parte, los visitantes empezaron a amagar con la sorpresa. No hacían sino confirmar lo que repiten tantos y tantos entrenadores sobre esta Euroliga: que no hay rival pequeño.
No obstante, la máxima renta del Milán fueron seis puntos. Aunque con momentos de crisis, el líder europeo nunca dejó alejarse demasiado a uno de los colistas de la competición. En un último cuarto de alternancias continuas en el electrónico, al Madrid le salió bien la jugada de dejar disponer a su adversario. Repesa y los suyos tuvieron varios balones para ajusticiar al conjunto blanco y ninguno acabó besando la red. Lo cual demostraba que, aunque corajudos, sus hombres tampoco estaban haciendo el partido de sus vidas.
Los jugadores del Madrid no podían presumir de mucho mejor concurso, pero hay partidos en los que el escudo pesa más que cualquier otra cosa para llevarse la victoria. Entre eso, la rabia de Llull, los tapones de Doncic (que no dejó sólo un mate aislado para su colección de precocidad imperecedera) y la aparición decisiva de Ayón, todo quedó en familia. Buen sabor de boca para echar el candado al Palacio hasta el 24 de febrero. Ya se sabe: como en casa, en ningún sitio.