Tiene que ser muy duro que celebres tu partido 500 en el banquillo del Real Madrid con un tropiezo tan contundente por momentos. Pero aún debe sentar peor que quien más sangre haga contigo sea un jugador que fue grande a tu lado. Muy grande. Y que lo sigue siendo… pero con otra camiseta. No, Sergio Rodríguez no tuvo ningún tipo de piedad con Pablo Laso. Quien fuera uno de los entrenadores que más marcó al Chacho (sino el que más) tuvo que sufrir su exhibición y no aplaudirla, como tantas otras veces antaño. O, al menos, aguantarse las ganas de aplaudir. Porque el base canario, en un abrir y cerrar de ojos, mandó el partido de Moscú a la lona. Y, sin miramientos, también a su exequipo. Por mucho que este amagase muy en serio con la remontada en los últimos minutos, algo que sirvió para salvar el basket average. Ni los jugones ni los grandes equipos se contienen cuando el balón quema más [Narración y estadísticas: 93-87].
Desde luego, no era un día propicio para guardarse nada. Sergio era muy consciente de ello: su CSKA tenía que seguir haciendo gala de solidez ante un rival señalado como el Madrid. Salió de titular y, desde el principio, tuvo uno de esos días mágicos suyos. ¿Que había que meter triples? Los metía. ¿Que había que colarse en la zona de la forma más escurridiza posible? También se ponía a ello. ¿Que tocaba pasar el balón como los ángeles? Dicho y hecho. Nada que objetar al concurso de un Rodríguez que recordó una y otra vez por qué nadie habría visto con malos ojos su regreso a la capital española. Rozó la perfección y se la negó por completo a un rival totalmente desnortado en los momentos de mayor efectividad de su birlibirloque.
Parece mentira que el Madrid golpease primero en el marcador, con un 0-3 obra de Campazzo. En cuanto el Chacho empezó a hacer de la cancha moscovita su patio de recreo, fin de la historia... o eso pareció. Clyburn y Higgins fueron los primeros en unirse a su intentona, rápidamente afortunada, de hacer añicos el partido. Más tarde y todavía en la primera parte, otro exmadridista como Othello Hunter metió todavía más el dedo en la llaga. Bien surtido de balones interiores, todo hay que decirlo, por el '13' del CSKA. Quién si no.
El encuentro se asemejó, por momentos, a un entrenamiento. De nivel, pero entrenamiento al fin y al cabo. Porque al Madrid le salió mal cualquier cosa susceptible de salir mal en los momentos más inoportunos: ni acierto en ataque ni fortaleza en defensa. Mientras, el CSKA superaba los 10, 15 y 20 puntos de renta como si nada. Los jugadores de Laso llegaron demasiado tarde a todo, protagonizando los que pueden ser los 20 minutos iniciales más tétricos desde que el técnico vitoriano dirige al equipo. Cuandos todos esperaban un auténtico partidazo de tú a tú, el único color preponderante fue el rojo... o, repetimos, eso pareció.
Difícil navegar en un temporal tan inapelable, pero alguna resistencia hubo. La de Doncic (a lo tonto, mejor partido aún que el del Chacho), Carroll, Campazzo, Thompkins o Randolph, por ejemplo. Tras la tormenta previa al descanso, la calma (más bien la normalidad) de la segunda mitad. O, también puede decirse, la tormenta en el bando contrario. Durante la misma, el Madrid sí fue el Madrid y no se dedicó a figurar sin más en el partido. Pero el arroz que se había pasado en los dos primeros cuartos acabó pesando demasiado: bastante que llegó a reducirse la diferencia hasta los seis puntos finales. Tal fue el ardor que provocó el mojo picón insular para que la maldición, esa que dice que el conjunto madridista no gana en casa del CSKA desde 2008, continúe.
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