Hace 25 años que el VIH nos robó la magia
Magic Johnson anunció públicamente el 7 de noviembre de 1991 que tenía el virus. Su último partido fue ante el Joventut en el Open McDonalds.
7 noviembre, 2016 02:04Noticias relacionadas
Magic Johnson se encerró en una habitación de su casa y comenzó a llamar por teléfono una por una a todas las mujeres con las que se había acostado en los últimos tiempos. Les quería contar en persona lo que su familia ya sabía y lo que acababa de anunciar ante los medios de comunicación: era portador del virus VIH. Su mujer, Cookie, sufría sin medida tras la puerta.
“Por culpa del virus VIH que me afecta, tendré que retirarme de los Lakers hoy mismo”, había declarado horas antes públicamente uno de los mejores jugadores de baloncesto de la historia. “En primer lugar, me gustaría dejar claro que no tengo la enfermedad del sida. Sé que muchos de vosotros lo queríais saber. Tengo el virus VIH. Mi mujer está bien: es negativo, no hay ningún problema con ella.” Magic recibió la confirmación oficial, tras un contraanálisis, el día antes.
El anuncio oficial corría prisa porque la rumorología era incontenible y estaba muy cerca ya de la realidad, casi rozándola. Aunque el equipo y el representante siempre hablaron de un severo episodio de gripe, tantos partidos de ausencia hicieron surgir las más diversas versiones. La más extendida: graves problemas cardiacos. Sin embargo, el verdadero drama había sido imposible mantenerlo bajo llave. Algunos periodistas ya lo sabían.
Su esposa, en el mismo libro autobiográfico en el que narra la escena de las llamadas telefónicas, cuenta cómo cayeron juntos de rodillas tras darle su marido la noticia, y cómo él dijo que comprendería que le abandonase. Cookie no lo hizo. Se había casado con él cuarenta y cinco días antes, y estaba embarazada. Le perdonó desde el principio y le apoyó en todo momento. Y sintió miedo, por supuesto, mucho miedo. Terror a la muerte. Por él, por ella y por el niño. No había tanta información sobre el virus en aquellos tiempos y los análisis que ella debería hacerse a partir de entonces tardarían diez días en mostrar los resultados.
El primero que marcó el teléfono de Magic Johnson tras conocerse públicamente la noticia fue Larry Bird. También sentía miedo. Se habían enfrentado por última vez unas semanas antes, en pretemporada, el 11 de octubre en el Boston Garden. Bird lloraba. Él mismo reconocería más tarde que en aquella época pensaba que ese virus significaba una sentencia de muerte.
Los últimos partidos oficiales de Magic Johnson con los Angeles Lakers fueron los de las finales de la NBA de 1991 frente a los Chicago Bulls. El primer anillo de Michael Jordan y Scottie Pippen. Los Bulls se llevaron la serie y el título con sus cuatro victorias, dejando solo una –en el primer enfrentamiento– para los angelinos. Magic, durante aquellas cinco últimas noches de baloncesto de altura, firmó unas estadísticas de 18.6 puntos, 8 rebotes, 12.4 asistencias y 1.2 robos de balón por partido.
Los últimos minutos del número '32' de los Lakers antes de anunciar su retirada, eso sí, nos pillaron más cerca y son historia del baloncesto mundial: la final del Open McDonalds de 1991 frente al Joventut de Badalona en el Palais Omnisports de Paris-Bercy, el 19 de octubre. La Penya estuvo a punto de tocar el cielo (116-114), y la última canasta de los californianos fue de Johnson. Un lanzamiento de James Worthy rebotó en el aro y fue a parar a las manos de Sam Perkins, que sacó la pelota hacia la línea de tres donde esperaba Byron Scott. El escolta encontró a Magic a ocho metros, frente a la canasta. Desde la primera zancada se olvidó de Jordi Villacampa y encaró una bandeja de manual, de las de toda la vida.
Con el regreso a Estados Unidos, donde los Angeles Lakers reanudarían la pretemporada frente a los Utah Jazz de John Stockton y Karl Malone –25 de octubre–, comenzó la pesadilla que acabaría en la rueda de prensa en el Fórum de Inglewood, California, el eterno hogar de los Lakers, el inolvidable jueves 7 de noviembre de 1991.
“Es por los chavales por lo que quiero ser un portavoz de toda la información del virus VIH, porque quiero que entiendan que aunque a veces pensamos que solo las personas gays pueden contagiarse, o que esto no puede pasarte a ti, aquí estoy yo para decir que sí que le puede suceder a cualquiera, incluso a Magic Johnson.” Su voz en la rueda de prensa sonaba firme y segura. Era el final de un proceso que había durado trece días, desde la llamada urgente de su médico al hotel de concentración del equipo en Salt Lake City.
El análisis de sangre era rutinario, quedaba enmarcado dentro de una póliza de seguros obligatoria que era necesaria para formalizar un supersónico plus económico que su agente, Lon Rossen, había negociado con Jerry West y Jerry Buss, los mandamases de la franquicia. Entonces se encendió la luz roja.
Magic regresó al instante desde Utah hasta los Angeles y recibió las peores noticias imaginables. A partir de ahí, llegaron todas las mentiras piadosas a los medios de comunicación y todas las verdades dolorosas a su familia. Las casi dos semanas que transcurrieron entre la bomba privada y la bomba universal se gastaron entre el contraanálisis –fundamental para él y sobre todo para su mujer y el hijo que esperaban– y las estrategias para afrontar personal y deportivamente un trance de estas dimensiones.
Ante la prensa, anonadada ante una comparecencia tan memorable, se presentó desde el primer momento como un guía espiritual contra una enfermedad que él nunca ha desarrollado pero que llevaba tiempo haciendo estragos por todo el mundo. “Quiero que la gente joven se dé cuenta de que pueden practicar sexo seguro. A veces somos un poco ingenuos y pensamos que no nos puede suceder a nosotros.” Le acompañaba la familia y los amigos más cercanos. Agradeció de todo corazón a David Stern, a Jerry West, y a sus compañeros Kareem Abdul Jabbar, Michael Cooper y Larry Drew, y tras diez minutos traspasó junto a su mujer el telón negro que servía como trasera a la tarima.
El Magic Johnson de hoy en día reconoce que si en aquel momento hubiera tenido toda la información que tiene ahora sobre el VIH, no se hubiera retirado. Después de la tormenta, llegó su mágica participación en el All Star de 1992, los Juegos Olímpicos de Barcelona con el Dream Team que él mismo lideró, una intentona de retorno apagada por alguna polémica con jugadores rivales y una treintena de partidos con los Lakers cuatro años después, gracias a los cuales millones de nuevos aficionados al baloncesto pueden decir que, aunque en su versión de prejubilado, le vieron jugar en directo.
Dicen que los mejores ciclos siempre terminan de la manera más abrupta. El verano del amor también se rompió en California, en el festival de Altamont. El show time de los Lakers, por supuesto, no sobrevivió a esta rueda de prensa.