“El hecho de que acabe segundo tantas veces puede traerle incluso más gloria que la victoria”, dice, y se ríe. “Cada día es más popular porque la gente reza para que gane”. Estamos en pleno Tour de Francia y ella, Katarina, está analizando la vida deportiva de su novio, Peter Sagan, para la televisión belga. “Así es más interesante que si ganara siempre”. Pero la victoria también tiene su punto. En Richmond Katarina ha vivido un momento de valiosa intimidad frente a todas las cámaras y el público que, apenas dos minutos antes, habían presenciado cómo su pareja se proclamaba campeón del mundo de ciclismo. Le ha mirado intensamente a los ojos, las cabezas a un suspiro de distancia y los cuerpos separados por un manillar. Ha recibido sus besos. Y se lo han llevado para imponerle el maillot arcoíris.
A Peter Sagan (1990, Zilina – Eslovaquia) lo comparan con Peter Pan porque su conducta niega que sea mayor. En un deporte marcado por la seriedad y el esfuerzo, por el respeto y el sacrificio, su irreverencia infantil es una nota discordante. Él no proyecta el perfil de ciclista circunspecto centrado en sus entrenamientos, en ser cortés con sus rivales y agradable para los patrocinadores. Responde más bien al papel de deportista Red Bull, marca que de hecho le patrocinaba antes de ser ciclista profesional en carretera, cuando compaginaba la competición con pasar horas muertas en la calle, derrapando sobre barandillas con una BMX. Celebra sus triunfos con fanfarronería, pellizca culos de azafatas en los podios y deleita a los aficionados con caballitos en plena carrera. No reprime sus ocurrencias y por eso es una estrella.
Desde que irrumpió hace seis temporadas en la élite de ciclismo se esperaba el gran triunfo de Peter Pan. No valía ninguno de los 75 que había coleccionado, casi todos en base a su punta de velocidad, ni los cuatro parciales acumulados en el Tour de Francia, donde también ha ganado cuatro veces consecutivas el maillot verde que distingue al ciclista más regular. A él no se le valora con la proyección del pichichi, sino con la del mito que tiene que campeonar en los Monumentos, esas cinco clásicas que marcan la temporada ciclista junto a las tres grandes vueltas. Y en ellos fallaba, siempre, en los 20 últimos kilómetros. También en el Mundial…
Venía Sagan de un año particularmente asfixiante. Él, que pedalea con ánimo de divertirse, se metió este invierno en la boca del lobo cuando fichó por Tinkoff-Saxo, el equipo de Alberto Contador y Oleg Tinkov, un magnate ruso que proyecta una imagen de dipsómano caprichoso y utiliza las redes sociales para insultar a aficionados y aplicar presión a los ciclistas que forman parte de su juguete favorito. Tinkov ha pasado toda la temporada cuestionando a su estrella eslovaca, buscando incluso la forma de recortar su salario de cuatro millones de euros anuales. Peter Pan, aunque niño, no fue inmune a la presión y ésta devino en frustración. Su alergia a los instantes decisivos se acentuó en el pasado Tour de Francia: hasta 11 veces acabó entre los cinco primeros sin conseguir la victoria. “Por fin acaba esto”, dijo en París. Después fue a la Vuelta y, cuando al fin se entonaba, una moto le atropelló en plena disputa del triunfo. Se marchó a casa, enfadado con una organización que aún no le ha pedido disculpas públicas, a entrenarse pensando en el arcoíris.
En Richmond no hubo quien contuviera a Sagan. Supo interpretar a la perfección el circuito estadounidense, que tantos quebraderos de cabeza suscitó a los genios tácticos. Aguantó agazapado hasta la penúltima cuesta del circuito, empedrada y empinada, y en ella atacó con violencia. Los rivales hacían la goma y él realizó 500 metros inolvidables: apretó en un breve tramo llano, codos abiertos de forma antiaerodinámica en una pose que le hizo merecedor del mote ‘Hulk’, y se lanzó en el descenso sentándose en el tubo largo del cuadro de su bicicleta en una imagen icónica de velocidad endiablada. Cuando miró atrás, no había nadie a su rueda. A falta de un trámite de dos kilómetros, ya era campeón del mundo.
Celebró su victoria chocando la mano de los rivales que cruzaban la meta, que miraban felices su alegría contagiosa. Lanzó sus guantes, su casco y sus gafas al público. Besó a Katarina. Se puso la medalla de oro y se puso por primera vez el maillot arcoíris que lucirá de aquí a los próximos Mundiales, en Qatar. “Tenemos que cambiar el mundo”, dijo en la rueda de prensa de la carrera en que cambió el signo de su vida deportiva. Se acabó su infancia. Peter ‘Pan’ Sagan se ha hecho mayor.