El Tour de Francia es lineal porque hay demasiado en juego. La Vuelta a España es lineal porque la falta de fuerzas condicionan las tácticas y los recorridos. El Giro d’Italia, en cambio, es una simple y bella locura. Los ciclistas juegan porque pueden jugar y la ruta propuesta por la organización, RCS, se presta a la imaginación y a la épica.
Hoy se salía de Pinerolo, allá donde Fausto Coppi plasmó su leyenda. Se afrontaba el Colle dell’Agnello, frontera entre Italia y Francia, uno de los puertos de montaña más duros de Europa con 30 kilómetros de ascensión de los cuales los 10 últimos son de doble dígito de pendiente y nieve en la cuneta, Cima Coppi por ser el punto más alto de este Giro con 2744 metros de altitud sobre el nivel del mar. Se acababa en Risoul, típica subida de estación de esquí, carretera ancha y pendientes sostenidas, amables con los fuertes e inmisericordes con los débiles. Terreno ideal para separar a los campeones de los muy buenos.
En un deporte tan proclive al efecto mariposa como el ciclismo, hablar de instante decisivo es una osadía. No obstante, hoy sí podríamos localizar un punto de inflexión a partir del cual el Giro d’Italia se rompió. Fue a los pocos kilómetros de hollar la cumbre de un Agnello que se había ascendido violento y salvaje por mor de un Orica-GreenEdge sorprendentemente ambicioso que desarboló al LottoNL-Jumbo del líder Steven Kruijswijk, que hasta entonces marcaba un trote suave consciente de sus limitaciones.
El conjunto australiano aceleró para Esteban Chaves, segundo de la general a tres minutos de ‘La Percha’, y el colombiano supo dar una continuidad que sólo alcanzaron a contestar la ‘maglia rosa’ y Vincenzo Nibali (Astana). El ‘Squalo’, cuarto de la general, vio el momento de resarcirse de la “humillación” que a su juicio había sufrido en los medios italianos a raíz de su debilidad en el Fai de la Paganella y mordió. Aceleró cuesta arriba; coronó, se puso un chubasquero transparente para aislarse del frío y se lanzó cuesta abajo.
En ese momento Kruijswijk, que había resistido sin fisuras las acometidas de sus rivales subiendo, quiso comer y beber algo. “Estaba en mi límite”, contó a posteriori, “y cometí un error”. Una curva mal trazada, cuestión de centímetros, y la rueda delantera en un talud de nieve. El neerlandés y su bicicleta Bianchi (¡la marca de Coppi!) volaron.
Y voló el Giro. Nadie se planteó si había que esperar al líder. El ciclismo es un deporte de caballeros, salvo en los descensos: ahí todos arriesgan el pellejo buscando el error del rival y, hallado este, no hay lugar para la clemencia. Nibali y Chaves hicieron causa común parando a los gregarios que habían filtrado en la escapada del día, Michele Scarponi y el alicantino Rubén Plaza, que trabajaron a destajo junto a algún mercenario de ocasión (un sobre cambia de manos y un ciclista con piernas y sin trascendencia se pone al servicio de quien haga falta) para distanciar al resto de rivales.
¿Y el resto? Limitando daños. Alejandro Valverde (Movistar Team) volvió a sufrir de mal de altura, acusando quizá ese mes de abril que pasó en Tenerife durmiendo a la orilla del mar junto a su familia en lugar de en las faldas del Teide. Allí su cuerpo hubiera ganado esos puntos de hematocrito tan necesarios cuando el oxígeno escasea.
El murciano se juntó con Rafal Majka (Tinkoff), Rigoberto Urán (Cannondale) e Ilnur Zakarin (Katusha). El ‘sputnik’ ruso, que marchaba quinto provisional y todavía aspiraba a encaramarse al podio final, fue eliminado por una terrorífica caída que le rompió la clavícula y la escápula izquierdas.
Los demás estuvieron a punto de cazar a Nibali y Chaves; sólo faltaron unos segundos y sobraron unas cuantas motos de esas cuyo rebufo puede ser tapón o remolque para el ídolo local. Franquearon la meta juntos a dos minutos del ganador, lo cual deja a Valverde cuarto a 1’48” del líder Chaves.
El triunfo sólo podía ser para Nibali. El pletórico ‘Squalo’ se deshizo de Chaves mediado Risoul y llegó a meta endosándole 53 segundos más 6 de bonificación que le dejan a 44 de su posición, la primera de la general. Al ciclista de Orica-GreenEdge le espera mañana una jornada de perros defendiendo su ‘maglia rosa’ en tres colosos, Vars, Bonette y Lombarda, ante Nibali y su poderoso Astana. Las lágrimas del siciliano en meta, donde dedicó el triunfo a un ciclista de su equipo cadete fallecido en la carretera durante el Giro, certifican su estado de excitación y euforia. El propio de los campeones cuando perciben cerca una gran victoria.
Kruijswijk, por su parte, cruzó la meta cinco minutos después que Nibali. Destruido en esencia y en apariencia, ensangrentado, lloroso. “La he cagado. Me duele todo. Esto se ha acabado”, dice a los periodistas. Cuando le hacen notar que todavía es tercero de la general, responde: “Sí, pero he perdido el Giro”. Acabó en el hospital, revisando si su dramático accidente había roto algo más que su moral. Siempre habrá un ángel para los campeones y un techo de cristal, o un talud, para los que sólo son muy buenos.