En uno de los desenlaces más emocionantes de la historia del Tour, Tadej Pogacar nos brindó una exhibición portentosa, digna de los más grandes protagonistas de esta carrera. Una contrarreloj a la altura de Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Miguel Indurain, con la que el joven esloveno se enfundó el maillot amarillo, destronó a su compatriota Primoz Roglic y confirmó que los jóvenes ciclistas vienen cargados con pilas de tecnología de asombroso e inédito rendimiento.
No todos los días tenemos la suerte de contemplar imágenes que quedarán para Historia del deporte, más allá de la ciclista. El Luka Doncic de la bicicleta batió al que había sido un sólido líder de la carrera, además, un excelente corredor contra el crono. Y de la dimensión de la proeza da muestras el que también aventajara en más de un minuto a dos clásicos contrarrelojistas: Tom Dumoulin y Richie Porte.
Cada uno de los tours deja recuerdos para los anales, por su sello de esfuerzo desmedido sólo al alcance de los mejores: esta es su esencia. Sin embargo, no todos son iguales, porque sus protagonistas y las circunstancias marcan su desarrollo y su imagen de forma indeleble. La de ayer, fue la de un protagonista desencadenado ofreciendo una exhibición impensable y poderosa, que dejó atónitos tanto a los especialistas como a los millones de espectadores que no salíamos de nuestro asombro.
La hazaña cobra una relevancia inusitada en el ciclismo moderno, porque Pogacar ha circulado casi en solitario las grandes etapas de montaña, al albur de cualquier circunstancia, expuesto a la intemperie de la soledad en los Pirineos y en los Alpes. Por si fuera poco, el objetivo de su equipo no era de forma exclusiva la victoria en el Tour -a diferencia del Jumbo y del Ineos-, pues, por ejemplo, su compañero en el equipo de los Emiratos Árabes Unidos, el clasicómano Kristoff venció en la primera etapa de la ronda.
Con madurez impropia de la edad, ha destrozado además uno de los principios del ciclismo tradicional, que consideraba que los jóvenes necesitaban años para que su cuerpo asimilara la dureza de las carreras de tres semanas. Más aún que el año pasado con Bernal, ganó la juventud y perdió la madurez.
Este Tour nos deja la imagen del futuro. Ciclistas embutidos en trajes galácticos, trazando las curvas como los pilotos de MotoGP, acoplados al milímetro a la máquina y rodando a gran velocidad durante muchos kilómetros. Van Aert, Marc Hirschi y Pogacar volando por las carreteras francesas con armonía y ritmos poderosos, nunca antes vistos. A Roglic quizás le pesó la responsabilidad, y seguro que le fallaron las fuerzas. Y su joven compatriota realizó una de las gestas que convierten al Tour en un emblema del deporte mundial.
La imagen final fue la incredulidad de los compañeros del Jumbo, que consolaban al líder exhausto y desolado que perdió la carrera en la penúltima etapa. La otra cara, un joven exultante que todavía no sabe que su victoria será recordada para siempre. Es el Tour, un icono desde que los pioneros se atrevieron con lo que nadie se había atrevido antes.