Los goles más solitarios los marcan algunas visitas en el Bernabéu. Lo notó el sábado Hernán con el suyo, el primero que recibe esta temporada el Madrid en casa (sin Keylor). Sucede mucho allí que la grada no repara en los goles en contra hasta mucho después: cuando consulta el marcador por ver cuánto ha pasado ya desde el último de Cristiano. En días como el sábado, apenas tiembla el murmullo de los asientos. Sólo algunos detectan que abajo en la hierba se abrazan unos tipos que no van de blanco. Cric-cric de cáscaras de pipas. Goles clandestinos. Si en algo se igualan el público y la defensa madridistas es en su perplejidad por esos tantos.
El Madrid atraviesa muchas jornadas pensando en otra cosa, escogiendo alineaciones para un partido que es otro día. Le pasa a todos los trasatlánticos. Los días aparentemente menores, juegan en duermevela mientras el estadio cavila en qué condiciones se encontrará el equipo tres semanas más tarde, para el Clásico. O cómo se recibirá el martes al PSG. Hasta que les sacude Hernán.
El sábado no fue nada, porque enseguida marcó Jesé y todo el mundo se dio cuenta de que había un 1 junto al 3. Pero otras veces los jugadores siguen dándole vueltas a si le harán herida las botas que planean estrenar en el Clásico, y si en tal caso no sería mejor colocarse una tirita (¿fabrica eso Armani?). Entonces, tampoco la grada se entera del lío hasta meses después, cuando quedan pocas jornadas de Liga y ya es demasiado tarde. Así estallan goles como el de Hernán. Esas lagunas de jugar contra alguien que no está en el campo son las que empujan al madridista medio a vagar a final de curso por la Castellana musitando “Éramos tan felices”, la letanía de Michi Panero en ‘El desencanto’.
El lamento de Michi es también su perplejidad por una película en la que él y sus dos hermanos poetas (Juan Luis y Leopoldo María) demuelen la figura del padre, bardo intelectual del franquismo. Con él, dinamitan también el manto de falsos recuerdos perfectos que habían tejido sobre su propia infancia. Muchas tardes, mientras miraban para otro lado, recibieron algunos goles, se les escaparon algunos puntos. Como al Atlético, que con la pifia de Giménez en el 89 en Riazor, almacena ya material para su lamento de primavera. Éramos tan felices.