También es posible que esa maniobra veraniega que situó a Keylor Navas al mismo tiempo dentro y fuera del Real Madrid no fuera sino una genialidad. Luego de aquello, nadie ha estado mejor que él. Desde entonces fueron desvaneciéndose otros notables madridistas hasta ofrecer un paisaje inquietante. Aunque eso mismo visto después del clásico, con la distancia del tiempo, quizá componga algo muy distinto. Sucede con los dos retratos gigantes de la reina Isabel que reciben en Gatwick y que no son más que la suma de 5.500 pequeñas fotografías de otros. La reina sólo está desde lejos.
En este Madrid aún no se sabe lo que hay desde lejos. Parece la temporada en la que Cristiano, por ejemplo, se ha consumido dejando en el lugar del matador, como un rastro de ceniza, apenas un montoncito de mohínes al PSG. Se trata de una evolución refinada de la discreta performance de Keylor. Ante los ojos de todos, Cristiano ha logrado lo mismo que el portero en la intimidad de la camilla sobre la que firmó su traspaso al United. El portugués versionó con Blanc la enternecedora despedida de Scarlett Johansson y Bill Murray al final de Lost in Translation. La foto resume unas semanas en las que deja la duda de si se está yendo o ya se ha ido. No ha sido el único.
Como en Fin, la desasosegante novela de David Monteagudo, en cuanto se distrae la mirada, desaparece otro. En esto Bale también circula a la estela de Cristiano: salvo un rato en Sevilla, ni siquiera ha impuesto su zancada de búfalo. Y cuando andábamos dándole vueltas a la topografía de un músculo de Benzema, zas, se lo traga una trampilla y reaparece en un calabozo. Ahora mismo ni siquiera está claro de dónde tendría que regresar exactamente para jugar contra el Barcelona. Y James: tal vez un poco lesionado, tal vez recuperándose, seguramente contrariado.
De modo que si el Barcelona mira ahora, lo que verá es un panorama desconcertante. Un batallón de ausentes a partir del cual resulta imposible deducir a qué se enfrentan. Sólo cuando se alejen el último paso, después del partido, podrán ver quién había ido el sábado a cenar. O si era para eso, o para bailar o qué. El mosaico podría volver a mostrar a Cristiano, y entonces todo el desconsuelo anterior se olvidaría: el clásico tiene ese poder sobre la memoria. O podría ser otro. O nadie. Desde esta distancia ni Benítez parece saberlo.