Hacia el minuto 60 del partido, cuando el Madrid perdía 0-3 y mostraba sus defectos al mundo, Leo Messi se acercaba a la banda para ingresar al campo y un escalofrío recorría el Santiago Bernabéu. El coliseo blanco se había blindado contra posibles atentados, pero no tenía armas para contrarrestar el preciso mecanismo del Barcelona, inmensamente superior en la fría noche madrileña con el mejor jugador del mundo en el banquillo (y después, durante media hora, con la Pulga en el campo).
Iniesta, Sergi Roberto, Busquets y Rakitic habían dado una lección magistral frente a uno de los mediocampos más cotizados del mundo: nunca se vio a Modric tan impotente sobre un terreno de juego. La entrada de Messi amenazaba con producir el diluvio futbolístico universal. Un cuarto de hora antes, en el descanso, ya con 0-2 y habiéndosele perdonado una goleada cruel, un ex futbolista merengue susurraba: "Esto va a reabrir el debate de Ancelotti".
Resulta difícilmente creíble que se especule seriamente con la salida de Rafa Benítez tras 12 jornadas, cuando hace tres semanas el Madrid era el único equipo imbatido de Europa. Y sin embargo, la crisis es real y profunda. No es habitual escuchar gritos de "¡Dimisión!" en el Santiago Bernabéu ni contemplar cómo algunos de los mejores futbolistas del mundo se arrastran ante un rival que hace sólo seis semanas (se decía) era un coladero en defensa, sin posibilidades de fichar jugadores, con un banquillo limitado y la rodilla de Messi en el taller mecánico.
Las señales eran constantes, pero el patrón era esquivo: la enfermería estaba llena, otorgaba una buena excusa al entrenador, pero escondía un divorcio entre plantilla y cuerpo médico; los mohines narcisistas de Cristiano Ronaldo revelaban (entre otras cosas) su resistencia al nuevo entrenador tras la salida, incomprensible para muchos futbolistas, de Carlo Ancelotti; el prudente y efectivo (en un inicio) esquema de Benítez no agradaba a directiva, jugadores ni hinchas; jefes del vestuario pedían una reforma táctica; el estrellato del recuperado Keylor Navas, tras el fiasco de De Gea, indicaba deficiencias estructurales en el funcionamiento de uno de los equipos más caros del planeta.
Justificó Florentino Pérez la destitución de Ancelotti en mayo con el argumento de que el Madrid es un equipo "único, con la obligación de ganar títulos", pero tras sólo 12 jornadas cuenta con un entrenador cuestionado internamente y una afición desilusionada por su resistencia al manual defensivo del técnico y, si se echa la vista atrás, quizá también con la progresiva mercantilización de un club entregado a la economía global y obligado, por ello, a tomar en ocasiones decisiones que contravienen la idoneidad deportiva. El Barça sólo ha perdido tres de sus 15 últimos partidos de Liga ante el Madrid (diez victorias y dos empates) en el último lustro.
El favorito de nadie
Sólo los resultados podían salvar a Benítez desde un principio: nunca fue el favorito de nadie. La atmósfera espesa de los próximos días incitará a una evaluación descarnada de los futbolistas merengues: en algunos casos perderá lustre el brillo de algunas estrellas sagradas que muestran un rendimiento impropio de su reputación. Seguro Bale (que perdió 15 balones y apenas aportó algo al equipo). Seguro Ronaldo, epicentro de un debate sobre el fin de una época e inmerso en un descarado bajón deportivo. Probablemente Ramos, abonado a un ejercicio de la heroicidad (con infiltración) discutible frente a la decisión de pasar por el quirófano y recuperarse completamente. Probablemente Kroos e incluso Modric, por su pésima actuación frente a la telaraña de Busquets, Iniesta y compañía (tan perdidos como Xabi Alonso y Khedira frente a Messi, Xavi e Iniesta en la época de Guardiola). "Queremos once Juanitos", gritaba un fondo del estadio en plena confusión, huérfano de iconos claros. "¡La culpa es de Casillas!", bromeaban otros.
Había dos hombres con una presión inmensa el sábado en Concha Espina: el jefe de seguridad del estadio Bernabéu y Benítez. El primero sacó sobresaliente y en cambio el segundo, con menos rodaje que sus predecesores en la gestión de los egos, está a punto de ser devorado por un club implacable con el error que sufre, además, un exceso de especulación a su alrededor: el mutismo absoluto de entrenador, jugadores y directivos alimenta el debate sobre rumores.
Sólo los resultados iban a salvar a Benítez, pero la estadística le funcionó sólo dos meses; y aunque sea el mejor escudo de Florentino, cabe pensar que preferiría dejarlo ir antes que hacer caso a los sectores que el sábado, durante la sardana del asturiano Luis Enrique, reclamaban a gritos su dimisión en plena humillación colectiva. Los altavoces del Bernabéu no lograron apagar los pitos de la afición contra su presidente. El primer Clásico de Rafa Benítez podría perfectamente ser el último.