Al ver el vídeo de lo de Piqué a Arbeloa sentí un ligero vértigo, el de que todo hubiera quedado en nada. Para entonces ya sabía de lo sucedido por tres o cuatro titulares, pero tenía curiosidad por la ejecución. “Arbeloa me dijo que era amigo; yo no me consideraría amigo. Es conocido”, dice, y hace una pequeña pausa durante la que alcanzo a pensar que, en fin, no es lo que prometían. Pero enseguida añade: “Cono... [pausa] cido”. Fiu. Por poco se nos escapa lo de “cono”, el mote despectivo extendido en mil memes.
En cuanto a rozar el pasar desapercibido, el caso más angustioso fue el de Diego Castro, que después de marcarle un gol al Mallorca con el Getafe se levantó la camiseta y enseñó otra con un retrato de Manolo Preciado. Preciado, que había sido su entrenador en el Sporting, había muerto el 6 de junio de 2012, y el jugador se pasó todo el verano dándole vueltas a un homenaje. Decidió dedicarle un gol y avisó a su entrenador, porque eso significaba una amarilla. Estuvieron de acuerdo y antes de cada partido se enfundaba en la cara de Preciado. Lo hizo contra el Sevilla, contra el Real Madrid, contra el Dépor, contra el Barcelona y contra el Celta. Para nada. Hasta que le marcó al Mallorca, le sacaron una amarilla y le multaron con 2.000 euros. Mayor que la alegría del tanto, debió de ser quitarse por fin el plan de encima: “A partir de ahora, ya no habrá más celebraciones levantándome la camiseta. Me acordaré siempre de Preciado cuando marque, pero no habrá más así”. Ya era octubre.
Entonces también sentí un ligero vértigo: el de que hubiera atravesado toda la temporada sin marcar una sola tarde. Imaginaba el retrato de Preciado al final de curso, desaparecido después de decenas de lavados, y la duda de Castro de si imprimir otra camiseta y empezar de nuevo.
Arriesgan más quienes eligen la sutileza. Como los que no celebran goles a antiguos equipos. Aunque a muchos les puede la angustia previa y lo anuncian semanas antes. En esto también resulta insuperable Cristiano. Un mes antes de que viéramos la camiseta de Preciado, le metió dos al Granada y logró contenerse para mostrarse desolado. Cualquiera sabía qué había que preguntarle. “Estoy triste”, estaba esperando. A él le habría bastado con el primer gol. Piqué necesitó un segundo asalto a la palabra “conocido”. Ambos se libraron del vacío, aunque allí yace mucho de lo mejor, como miles de artículos no escritos.