Al ver el vídeo de lo de Piqué a Arbeloa sentí un ligero vértigo, el de que todo hubiera quedado en nada. Para entonces ya sabía de lo sucedido por tres o cuatro titulares, pero tenía curiosidad por la ejecución. “Arbeloa me dijo que era amigo; yo no me consideraría amigo. Es conocido”, dice, y hace una pequeña pausa durante la que alcanzo a pensar que, en fin, no es lo que prometían. Pero enseguida añade: “Cono... [pausa] cido”. Fiu. Por poco se nos escapa lo de “cono”, el mote despectivo extendido en mil memes.
PIQUÉ en estado puro... pic.twitter.com/5rQLe5gd8m
— LaSonrisaDelFútbol (@el16deaimar) diciembre 12, 2015
En cuanto a rozar el pasar desapercibido, el caso más angustioso fue el de Diego Castro, que después de marcarle un gol al Mallorca con el Getafe se levantó la camiseta y enseñó otra con un retrato de Manolo Preciado. Preciado, que había sido su entrenador en el Sporting, había muerto el 6 de junio de 2012, y el jugador se pasó todo el verano dándole vueltas a un homenaje. Decidió dedicarle un gol y avisó a su entrenador, porque eso significaba una amarilla. Estuvieron de acuerdo y antes de cada partido se enfundaba en la cara de Preciado. Lo hizo contra el Sevilla, contra el Real Madrid, contra el Dépor, contra el Barcelona y contra el Celta. Para nada. Hasta que le marcó al Mallorca, le sacaron una amarilla y le multaron con 2.000 euros. Mayor que la alegría del tanto, debió de ser quitarse por fin el plan de encima: “A partir de ahora, ya no habrá más celebraciones levantándome la camiseta. Me acordaré siempre de Preciado cuando marque, pero no habrá más así”. Ya era octubre.
![Piqué durante el partido contra el Real Madrid.](https://s1.elespanol.com/2015/12/13/deportes/deportes_86501443_304449_1706x960.jpg)
Piqué durante el partido contra el Real Madrid. Reuters
Entonces también sentí un ligero vértigo: el de que hubiera atravesado toda la temporada sin marcar una sola tarde. Imaginaba el retrato de Preciado al final de curso, desaparecido después de decenas de lavados, y la duda de Castro de si imprimir otra camiseta y empezar de nuevo.
Arriesgan más quienes eligen la sutileza. Como los que no celebran goles a antiguos equipos. Aunque a muchos les puede la angustia previa y lo anuncian semanas antes. En esto también resulta insuperable Cristiano. Un mes antes de que viéramos la camiseta de Preciado, le metió dos al Granada y logró contenerse para mostrarse desolado. Cualquiera sabía qué había que preguntarle. “Estoy triste”, estaba esperando. A él le habría bastado con el primer gol. Piqué necesitó un segundo asalto a la palabra “conocido”. Ambos se libraron del vacío, aunque allí yace mucho de lo mejor, como miles de artículos no escritos.