Todos los titulares sobre la podredumbre del fútbol internacional se van para Joseph Blatter, el todopoderoso ex presidente de la FIFA que no podrá ya ni acercarse a un estadio de fútbol, pero en segundo plano emerge la imponente figura de Loretta Lynch (Carolina del Norte, 1959), fiscal general de Estados Unidos, la primera mujer afroamericana que ocupa ese puesto. Desde que en mayo pasado un grupo de policías suizos vestidos de paisano entrase en un lujoso hotel de Zúrich para detener a varios directivos de la entidad que rige el fútbol mundial, la vida para Blatter, Platini y varias decenas de dirigentes internacionales presuntos delincuentes se ha convertido en un via crucis. Ya entonces, Lynch dejó claras sus intenciones: “Ninguna organización corrupta está fuera de nuestro alcance”. El portal Politico escribió ese día: “A los nombres de Pelé, Maradona, Cruyff y Messi, añadan otro: Loretta Lynch”.
La biografía de esta hija de bibliotecaria y pastor bautista parece encaminada a inspirar a Hollywood. Su padre la llevaba a mítines por los derechos civiles y su abuelo, otro pastor protestante (y mediero agrícola) que colaboró con víctimas del racismo en la década de 1930, le inspiraba con sus historias durante la infancia. Lynch se licenció en Literatura en Harvard en 1981 y obtuvo un doctorado en Derecho por la misma universidad tres años después. En su trayectoria profesional, ya antes de su histórico ascenso a fiscal general, destaca que fue fiscal jefe del distrito este de Nueva York entre 1999 y 2001 (promovida por Bill Clinton).
De Lynch, cuyo nombramiento fue bloqueado cuatro meses por la oposición republicana en medio de las habituales negociaciones políticas, se destaca sobre todo su valentía, su eficiencia y su discreción. “Loretta debe ser la única fiscal que lucha contra mafiosos, terroristas y narcotraficantes que conserva una reputación de buena persona”, bromeó Barack Obama en el Salón Roosevelt de la Casa Blanca durante la presentación oficial del cargo.
El caso Abner Louima
Como fiscal del distrito este de Nueva York la jurista lideró diversas investigaciones criminales en casos de narcotráfico, terrorismo y corrupción. Pero fue el caso de Abner Louima, un inmigrante haitiano torturado y sodomizado con un palo de escoba por policías de Nueva York en 1997, el que elevó su por aquel entonces inexistente perfil público (que de hecho sigue manteniendo relativamente bajo, pese a su prominente cargo). Los responsables de aquella tropelía fueron condenados a 30 y 15 años de prisión, respectivamente, y el proceso sigue siendo una referencia en un país acostumbrado a homicidios de ciudadanos negros a manos de agentes policiales.
Posteriormente, y siempre en silencio, Lynch ha colocado en la mirilla de su catalejo a 'capos' de carteles mexicanos o miembros de Al Qaeda. Ha encarcelado por corrupción a varios legisladores demócratas y republicanos del estado de Nueva York. En 2001 dejó el ministerio público para trabajar en un bufete privado y en la Reserva Federal de Nueva York, hasta que Obama le pidió que volviera a su oficina de Brooklyn en 2010. Algunos destacados republicanos llegaron a disculparse este año por retrasar varios meses un nombramiento que, en términos profesionales, generaba un amplio respaldo.
Corrupción institucionalizada
Lynch abordó la macroinvestigación sobre la FIFA antes de acceder a su puesto actual, todavía en Nueva York, a pesar de que el balompié sea todavía un deporte minoritario en el país estadounidense. La red de sobornos, contratos 'inflados' y sociedades paralelas descubierta en torno a la organización de campeonatos de fútbol (y sus derechos de retransmisión televisiva) incluía operaciones irregulares canalizadas mediante bancos estadounidenses. Con el paso de los meses, las autoridades estadounidenses se dieron cuenta de que “los sobornos y el dinero ilegal se ha convertido en la manera corriente de hacer negocios dentro de la FIFA, hasta crear una cultura de la corrupción que ha podrido el deporte más grande del mundo”, como afirmó este año el director del FBI, James B. Comey, en un comunicado oficial publicado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
Lynch ha cumplido su promesa de desmontar una cultura de la corrupción “rampante, sistémica y profundamente enraizada” en el corazón del deporte más popular del mundo. La organización de la Copa América Centenario (a disputar en junio de 2016 en Estados Unidos) destapó una trama corrupta perfectamente organizada. Estados Unidos y Suiza investigan además (en paralelo) los procesos de adjudicación de los Mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022 (este último, muy contestado por los propios jugadores debido a las temperaturas reinantes), junto a la estela de sobornos millonarios desembolsados para asegurar el respaldo de diferentes delegados de la FIFA. Son también objeto de análisis minucioso la actividad de diversas marcas deportivas, empresas patrocinadoras y unas 125 cuentas bancarias sospechosas presuntamente empleadas para mover remesas ilícitas de dinero provenientes de este cohecho continuado.
Se calcula que el fraude cometido durante los últimos años se eleva hasta los 150 millones de dólares. Hay por ahora una decena de personas extraditadas a Estados Unidos para ser juzgadas (entre ellas, diversos dirigentes septuagenarios y octogenarios que han gobernado el fútbol a sus anchas en diversos países centroamericanos y sudamericanos, como auténticos virreyes, durante décadas). La CONMEBOL (Confederación Sudamericana de Fútbol, el equivalente europeo de la UEFA) está completamente descabezada y tratará de nombrar un nuevo presidenter el 26 de enero. El presidente de la UEFA, Michel Platini, ha sido expulsado del fútbol durante ocho años. Joseph Blatter también. Se espera que la FIFA inaugure una nueva era en las elecciones del próximo 26 de febrero. Detrás de todo ello está la figura de una mujer completamente ajena al fútbol, la primera mujer negra en acceder a la Fiscalía General de Estados Unidos, una persona absolutamente convencida de que “la corrupción mina la confianza en las instituciones”.