Como es sabido, contra el Real Madrid cualquier periodista se esmera en escribir el artículo de su vida; cualquier policía, en poner la multa de su carrera; cualquier entorno, en armar la campaña de su historia. La oportunidad es creciente, porque hace no tanto el reto se limitaba a que equipos del final de la tabla jugaran el partido de su vida y fueran ese año matagigantes, para descender con un dulce recuerdo la temporada siguiente. Ahora se aplican también contra el Barcelona: he ahí los empates del Valencia y del Espanyol. Mientras, los jugadores del Madrid, incomprendidos en el Bernabéu, se echan a la M40 a buscar pelea.
De allí llegó James el primer día del año a Valdebebas perseguido por una patrulla camuflada. Aunque le faltaba un labio partido, en la garita debieron de pensar que por fin venía de sacudirse esa cara suya de niño a punto de un examen sorpresa. En esta época de sirenas y calabozos franceses, alcanzar la ciudad deportiva es como acogerse a sagrado. Los guardias de seguridad, en papel de párroco, demoraron la entrada de los agentes. Iba a 200 kilómetros por hora por la M40, explicaron. El doble del límite. Pero él había visto otra película.
Primero alegó que iba con prisa porque llegaba tarde. Y que llevaba la música demasiado alta como para oír el megáfono que le pidió detenerse cuando volaba en su deportivo. Después añadió que le había asustado el coche de incógnito: temió que lo secuestraran. A Benítez, primer portavoz del club que se refirió en público a la persecución, le pareció suficiente: "Es un chico serio". En los momentos difíciles hay que elegir con qué realidad se sincroniza el relato. James escogió el de ese Madrid de las tres campañas en contra que el otro día denunció el técnico. Y ahí se quedó la cosa: "Nos ha dado explicaciones", zanjó Benítez sin especificar. Hay explicaciones sobre sirenas y noches en el calabozo, pero nada se sabe de lo otro. En el Bernabéu se entiende ahora mejor la calle que el juego.
El Madrid es perseguido, sí. Faltaría más para un club que se imagina siempre en punta: al resto no le queda otra que perseguirlo. Se trata de algo topográfico. Nunca ha sido excusa sino esencia. Un perseguido corriendo hacia lo ignoto (ahora la undécima). Eso es el Madrid. Como también lo es, por cierto, Fernando Martín, de cuyo final podrían hablar a los recién llegados, antes de que avisten el velódromo de la M40.