El cambio más radical de Simeone en el Atlético no ha sido su relación con la victoria, sino atreverse con su consideración de la derrota. Durante décadas, el Atlético se ha conformado con perder para los suyos, cuando podría haberlo estado haciendo para la historia. Su cultivada poética de la derrota ("qué manera de palmar") se limitaba a producir frutos de consumo interno. Su orgullo venía de la resistencia: seguir juntos sin importar lo que sucediera en el campo. En realidad, los atléticos ni siquiera necesitaban al Atleti.
Después de perder el sábado en el Camp Nou, Simeone se atrevió a llevarles la contraria. "Se puede ganar o perder, pero a mí dame perder siempre de esta forma". Con dos jugadores menos, casi empatan en el último instante. En un mal día el orgullo puede venir del campo. La grada no tiene por qué hacer todo.
Cuando no es posible ganar, perder a lo grande tampoco está al alcance de cualquiera. Raymond Poulidor amontonó segundos y terceros puestos en el Tour de Francia con una tenacidad asombrosa. Su historial de decepciones también puede leerse como una hazaña inigualable. La fuerza íntima que requiere pedalear año a año para mantenerse a punto de, sin dejarse caer hasta el undécimo puesto, por ejemplo; eso no se puede comparar a exprimirse viendo la zanahoria de la gloria al alcance de la mano. Aunque lo más complicado es esquivar el olvido.
Encadenar derrotas de fuste es como caminar por el borde del precipicio de la desmemoria. La decepción por la retirada de Carlos Sainz del último Dakar justo después de ponerse líder duró lo que un fósforo corto. Después del derroche de perder un Mundial a 700 metros de la meta ("trata de arrancarlo"), lo siguiente, aunque copioso, sólo han podido ser réplicas menguantes. Cada vez más cerca del silencio.
Nadal ha desaparecido ya de las tardes de domingo, el día de las finales, y va agotando también su catálogo de derrotas. Ha perdido contra desconocidos, sumando apenas tres juegos contra Djokovic en Qatar, en primera ronda del Open de Australia contra Verdasco. Por esa línea se acerca al olvido, que es lo peor de la derrota: no existir. Le sucede a Javier Fernández en el hielo, o a la selección de balonmano, que sólo cogen cuerpo cuando se acercan a las medallas. Lejos de esa zona, se desvanecen en silencio.
Contra eso sólo queda perder a lo grande, hasta agotar el repertorio. Luego ya está la nada. O volver a ganar. Para eso Simeone ya ha preparado a su gente, pero hasta entonces se emplea en no dejar sola a la grada.