Sólo son tres números, apenas una cifra, pero su valor es incalculable. Para Torres, para la afición y para los que siguen pensando que el fútbol no es sólo un negocio, que todavía guarda algo de ética. Porque ese gol 100, sin duda, no es uno más. Es el de los canteranos, el de los hombres del club, el de los colores del escudo y el de la grada. Ese gol es el de la voluntad de Fernando, la del hombre que supo que llegaría a por esa pelota dividida entre Lehman y Lahm para marcar el gol que le dio a España la Eurocopa, el mismo que ante el Eibar recibió la pelota y la empujó a las mallas para gritar bien alto que “nunca estuvo muerto”.



La fe, su fe, fue la de Manuel Briñas, una de las leyendas para los chicos de la cantera. A él se acercó para abrazarlo, susurrarle algo al oído y darle las gracias por tanto. Porque sin él, que vio crecer a aquel chico pecoso y lo promocionó, quizás nada hubiera sido posible. Quizás no hubiera existido debut con el primer equipo, ni gol 100, ni nada. “Yo he crecido aquí, he estado en la grada como ellos. Esto queda para siempre para mí”, reconoció el héroe tras el partido. 



Más allá de Torres, el partido, desde el minuto uno, fue de circunstancias. De primeras, porque el Atlético llegaba con las bajas de Filipe Luis y Juanfran por sanción, además de la de Godín por lesión; y de segundas, porque el encuentro en cuestión era contra el Eibar, un equipo en teoría inferior, pero que acostumbra a dar disgustos si no se le tiene muy en cuenta. Con ese panorama, y tras una primera parte para olvidar, el Atlético se hizo con tres puntos también de circunstancias. O mejor dicho, con un partido que quiso ser empate, después postuló su candidatura a derrota y acabó en una victoria (3-1) que les sirve a los rojiblancos para curar males y volver a recuperar la confianza con vistas, sobre todo, a la Champions League.



Conviene también aclarar que el Atlético hizo la peor primera parte de todo el año. Notó las bajas de parte de su defensa titular y tuvo que reconstruir además el centro del campo. Para ello, el Cholo colocó a Saúl de central junto a Giménez y dejó los laterales a Gámez y a Lucas. ¿Y la medular? La armó con Thomas, Gabi y Koke. Unas novedades que consiguieron mantener el tipo en la retaguardia -al menos, en la primera mitad-, pero dejaron de lado el ataque, huérfano de hombres que lo asistieran hasta pasado el minuto 50.



Esa mala imagen la aprovechó el Eibar para hacer daño. En la primera acción de la segunda mitad, Saúl pisó la pelota, se la dejó a Enrich y éste se la cedió a Keko para que marcara el primer tanto del partido. Ese gol, por cierto, podría haber hundido al Atlético. Pero no lo hizo. El equipo de Simeone sacó la fe. O la casta. O el coraje. O el alma. O lo que quieran, para acabar remontando el partido con sendos goles de córner de Giménez y Saúl, que se quitó las penas tras su fallo y culminó la remontada.



Sin embargo, el momento, en mayúsculas, llegaría después, ya cuando el minutero pedía dejar de contar las horas. Entonces llegó Torres. El canterano, el 'niño', el adolescente y el capitán. Recibió la pelota, la puso en las redes y se fue corriendo a celebrar su gol 100 con los que jamás le quitaron la confianza: la afición. El último de muchos y de los que están por llegar. Porque quién dijo que Fernando se iba este verano del Atlético de Madrid…

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