Una semana en deporte son mucho más que siete días. Desde la última vez que me asomé a esta columna, el fútbol y el baloncesto europeo han dado un vuelco inesperado. Al tiempo, dos protagonistas han reaparecido con fuerza. Tras un año sabático, y con la apariencia de llegar para quedarse un tiempo, el Atlético de Madrid y Rafael Nadal han vuelto a la escena del deporte.
Hace un suspiro, el mundo se rendía a los pies del Barcelona como el mejor equipo del planeta y el máximo aspirante a revalidar su título continental. Hoy es un grupo agotado que venía ofreciendo síntomas de desgaste después del parón invernal. Demasiados partidos decididos por destellos de sus delanteros y, en situaciones favorables, por decisiones arbitrales muy discutibles. Se terminaron las genialidades y jugar contra 10 y el equipo ha perdido su identidad y su prestigio.
Cada vez que esto le sucede al Barça, las miradas se dirigen al dios del fútbol. Messi ha vuelto a entrar en el momento más inoportuno en uno de sus absentismos misteriosos que le convierten en una rémora para el equipo. No sólo es que no decida los partidos, sino que su actitud de peregrino ausente condena al Barcelona a jugar con 10 durante casi todo el partido. En realidad, al Madrid le pasa lo mismo con Ronaldo, aunque manifiesten sus frustraciones de forma opuesta.
El argentino se sumerge en una melancolía que le paraliza y el portugués se empeña en malgastar sus fuerzas y el balón en situaciones imposibles. Hasta el lenguaje corporal los coloca en las antípodas. Messi la cabeza baja, en silencio y con los brazos en jarras. Cristiano gritando a sus compañeros y al mundo su impotencia, mientras bracea más en un partido que Jackie Chan en toda su carrera.
Pero el argumento del fútbol ha cambiado de forma tan sorprendente que ahora el héroe del panorama deportivo es el portugués y las esperanzas, blancas. ¡Quién lo iba a decir hace siete días! Al tiempo que los azulgranas languidecen, los madridistas se ilusionan con la puesta en escena de una obra que les resulta familiar en los últimos tiempos. Su equipo salvando dos cursos decepcionantes, quizá más que eso, con la victoria en la Liga de Campeones. Trayectoria irregular, amor y odio con sus jugadores y un camino trillado hasta la final. Allí, la infalibilidad casi religiosa de los blancos en su ceremonia favorita. Los merengues sueñan.
Sin embargo, un equipo se ha colado entre las dos estrellas y está a punto
de robarles el protagonismo, esta vez por más tiempo: el Atlético. Un bloque que maniobra por los partidos con la precisión de los mejores ejércitos y al que no le merman las bajas. El mejor club en términos relativos, que puede serlo de nuevo en los absolutos.
Una alternativa que lleva unos años señalando el camino a los grandes del continente que se empeñan en desoír su mensaje: más equipo y menos figuras; más entrenamientos y menos giras; menos samba e mais trabalhar. Y la fórmula funciona. Con sólo una temporada de por medio para rehacer el grupo, lo mismo que al menos necesitan quienes lo hacen a base de talonario, el Atleti ha reconstruido sus líneas y se ha colocado de nuevo a la par de los mejores.
También en sólo siete días, el Madrid de baloncesto mutó en algo que no recordábamos: un equipo impotente en los momentos decisivos. Desubicado y sin saber cómo entrar en los partidos, perdió en Estambul los dos que abrían la serie frente al Fenerbahçe. El primero en el último cuarto. El segundo en los primeros diez minutos. Obradovic, perro viejo, también emplea su fórmula. La de toda la vida. La que usó Messina. La que usó el Olympiacos. La que, con la excepción del Madrid de Laso, es la que se lleva imponiendo en Europa desde hace tanto que ni me acuerdo.
Una defensa más allá del reglamento y luego lo que venga. No es que me guste demasiado, porque la mayoría de las veces da la impresión de que el baloncesto pasa a segundo plano y que termina ganando el que más cera reparte. Obradovic sabe que el Madrid depende de los Sergios y se dedica a hacerles la vida imposible. Pero es lo que hay y el Madrid no ha sabido adaptarse. ¿Cambiará de nuevo todo en siete días y habrá quinto partido en Estambul?
Y, por último, la semana precedente puede suponer otro nuevo punto de inflexión en la carrera de Nadal. Y van... Verle terminar con un 6-0 después de haber superado a Wawrinka, a Murray y a Monfils en la final es la confirmación de que, aunque no le guste hablar de ello, Rafael Nadal ha vuelto para quedarse. Que se vayan preparando...