La memoria rojiblanca vive de la maldición del pupas, de aquel disparo de Schwarzenbeck en el último minuto de la prórroga en la final del 74, del cabezazo de Sergio Ramos en el 93… De un sinfín de desgracias. Todas mandadas al carajo en una noche de gloria, en un golpe en el corazón de Baviera, en el templo del Bayern, con Guardiola delante. Sin cambiar un ápice su idea. Con fe poética o como quieran. Como un equipo, un grupo que es capaz de creer, creer y volver a creer. Pero también de ganar, ganar y volver a ganar.



La clasificación, a pesar de la derrota en Múnich (2-1), es una honra a Luis Aragonés, a aquella generación del 74 que se quedó sin tocar la Copa de Europa, que forjó aquella leyenda del pupas que se esfumó en Múnich. Y, de paso, lo hizo dando un vuelco al mundo del fútbol, cambiando una época. Enterró el toque a base de trabajo, disciplina defensiva y orden táctico. Impuso su ley, la de un equipo de leyenda, más allá de lo que ocurra en la final. 



No cambió ni un minuto la forma de hacer las cosas Simeone. El Atlético saltó al terreno de juego y buscó acampar en su campo, con Godín de inicio y el mismo once que el de la ida en el Calderón. Y en un principio las cosas no le fueron del todo mal. Incluso, los rojiblancos amenazaron al Bayern con dos disparos lejanos de Gabi. Sin embargo, pasados los primeros 20 minutos, esa seguridad se tornó en nerviosismo. Los muniqueses comenzaron a tocar la pelota -esta vez con la hierba a su gusto- y tomaron el control del partido, con reiteradas ocasiones de Lewandowski, una pesadilla para la defensa rojiblanca.



Pero el gol, que lo normal es que hubiese llegado en una de esas múltiples combinaciones, lo marcó Xabi Alonso de falta directa. Y a partir de ahí el Atlético no supo cómo reaccionar en toda la primera mitad. Volvió a meterse en el área e incluso le regaló un penalti al conjunto bávaro en un agarrón de Giménez sobre Javi Martínez. Y entonces apareció uno de esos tipos que no gusta de un verbo fluido, pero que gana partidos con sus acciones. Hablamos, obviamente, de Oblak, que atajó el disparo de Müller primero y después otro de Xabi Alonso. Y, por ende, no dejó a los suyos hundirse.



Sin embargo, esa pesadilla acabó en la segunda mitad. Simeone quitó a Augusto y dio entrada a Carrasco. Y con su cambio modificó todo. El Atlético encontró una salida con el belga y, sobre todo, el camino del gol. Como siempre, en una contra. Con Torres filtrando la pelota entre líneas para que Griezmann, en una carrera de esas que pasan a la historia, dejara a Neuer plantado para colocar el empate en el marcador.



La gloria, no obstante, no llega sin épica. Y el Atlético tuvo que sufrir, tal y como lleva en su ADN. Porque el Bayern no se dejó caer y volvió a recortar distancias. En esta ocasión con Coman, recién salido en la segunda mitad, como protagonista. El extremo se la cedió a Vidal y éste se la puso a Lewandowski para el 2-1, y a partir de ahí ya no quedó otra que temblar. Incluso, con Torres fallando un penalti cometido fuera del área que detuvo Neuer. Ese fue el relato que cerró el circulo, el que honra a la generación del 74 y el que cicatriza las heridas, el que las entierra en el pasado para pintar un futuro más prometedor. 

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