¡Más emoción imposible! El Madrid ganó la Liga con un gol de Bale en el minuto 92, mientras el Barcelona sólo pudo empatar en Granada. La gran actuación de Keylor Navas y el gol de Cristiano contrarrestaron el doblete de Messi en Riazor (no, no es un error), que a punto estuvo de darle la Liga a su equipo de no haber sido por el extraordinario cabezazo del galés en el descuento. Así podría haber sido...
Una sociedad avanzada tiene que basarse en unos principios éticos que la sustenten y unos principios legales que articulen y regulen sus actividades. Las primas a terceros, aún por obtener la victoria, son desde todo punto rechazables en cuanto que atentan contra la esencia en la que se basa el deporte.
Uno de los fundamentos de la competiciones deportivas dicta que cada cual ha de competir con sus propios medios, sin ayudas externas. Por eso, entre otras razones, se prohíbe el dopaje. Estimular la motivación y, por tanto, incrementar el rendimiento de un equipo ajeno a través de las primas transgrede este principio.
Si, desde un punto de vista conceptual, estuviéramos de acuerdo en que trasvasar recursos económicos entre equipos es aceptable, también habríamos de aceptar que ese dinero pudiera emplearse no sólo para primar sino para contratar jugadores. En función de sus intereses, un equipo podría ir prestando dinero a otros conforme las circunstancias le aconsejasen para ir incorporando futbolistas, ciclistas, atletas o baloncestistas a discreción.
Y una vez conculcado el principio señalado, y puestos a prestar recursos, qué diferencia habría con prestar recursos humanos. Si hubiéramos aceptado que el Madrid primase al Granada, por qué no nos habría de parecer bien que le prestase sus jugadores. Imaginen lo que hubiese sido la última jornada con Cristiano, Isco y Keylor Navas jugando en Los Cármenes y Messi, Iniesta y Piqué en Riazor. El trasvase de recursos es un sinsentido.
Pero las primas a terceros también son un atentado contra el juego limpio o la deportividad. Aceptar dinero para beneficiar a un equipo y para perjudicar a otros es contrario a la ética deportiva. No solo eso, sino que obligaría a quienes no están de acuerdo con violentarla, bien a utilizar el trasvase de recursos, bien a competir en desventaja.
En resumen, estos incentivos son rechazables en cuanto suponen un atentado frontal contra los principios en los que se basa la competición: estarían potenciando no la victoria o los intereses propios sino los ajenos, con la inaceptable consecuencia del perjuicio de terceros. Es decir, participo para que gane uno y ¡pierda otro! que nada tienen que ver conmigo y lo hago por dinero.
Hay otras razones prácticas de orden menor, pero que quizá convendría apuntar, como el desorden económico y deportivo que causaría un flujo constante de dinero muchas veces en sentidos contrarios y cruzados. O que generaría más desigualdad, ya que el hecho de que quienes tienen más dinero tendrían más posibilidades de incentivar.
Unos días atrás escuché en una de la radios con más oyentes de nuestro país una tertulia en la que más de la mitad de los periodistas, incluido el jefe de deportes, defendían las primas a terceros con la explicación de que “ya que existen y generan dinero negro, lo mejor es normalizarlas”. Inapelable argumento que en breve conducirá al Parlamento Europeo y a la Asamblea General de la Naciones Unidas a legalizar los tráficos de armas, drogas, sustancias dopantes y, por supuesto, de animales, órganos y personas.
Pues eso. Que bien está como ha sido y mi enhorabuena al Barcelona.