Cuando Zidane apareció por la rueda de prensa del Santiago Bernabéu el día de su presentación, un 5 de enero, dejó una frase que casi cinco meses después ha sido premonitaria. “Voy a intentar hacerlo lo mejor posible para que este equipo gane algo al final del año”. Dicho y hecho. El Real Madrid es campeón de Europa.
Ni el más optimista podía pensar que, cuando Florentino Pérez echó a Benítez, el Real Madrid acabaría ganando la Undécima. Pero así ha sido. A base de ilusión, la palabra más repetida en esta breve etapa del francés, los blancos han ido avanzando hasta conquistar una Copa de Europa más, quizá la más 'sencilla' en la ruta hasta la final. La clave estaba en la ilusión, en dar 'poder' a los jugadores, y éstos, contentos, acababan rindiendo.
Del 0-4 al ridículo de la Copa
La temporada que acaba con la Copa de Europa empezó con un empate en El Molinón y con más dudas que fútbol. A remolque en Liga, pero seguro en Champions, Rafa Benítez no transmitía nada. El mayor golpe llegó en noviembre cuando el Barcelona humilló a los blancos en el Bernabéu con un 0-4 que rememoró todos los males antiguos del Madrid. Salieron los de Benítez groguis de aquel partido, pero no era lo peor que les podía llegar.
En Cádiz, el Real Madrid rozó el esperpento con una de las actuaciones más ridículas y, a la vez, más graciosas, que se recuerdan en el club. Ni Benítez ni el delegado Chendo ni la directiva ni los jugadores se dieron cuenta que Cheryshev estaba sancionado. El ruso fue cambiado en el primer minuto de la segunda parte, aumentando más el esperpento. El final fue la descalificación del Madrid de la Copa del Rey por alineación indebida.
Con unos jugadores hartos de Benítez, y un Bernabéu que era un polvorín a pesar de que su equipo ganara partidos, se tuvo que recurrir a un novato Zidane para reconducir al equipo. El objetivo era acabar dignamente y preparar la siguiente temporada, pero unos sorteos favorables le colocaron en Milán.
La Champions fue el bálsamo
Roma en octavos, Wolfsburgo en cuartos y Manchester City en semifinales. A los italianos les eliminaron con más facilidad a domicilio que en el Bernabéu, con los alemanes tuvieron que remontar el 2-0 de la ida y ante los ingleses les valió un autogol de Fernando para llegar a la final. Contrarrestó su pase a San Siro con el del Atleti, que eliminó a Barcelona y Bayern de Múnich en un ejercicio de poderío.
El Madrid se centró en la Champions, pero no dejó tirada la Liga. Ahí radicó su diferencia con otros años: luchó por las dos competiciones. Y eso le valió para coger una competitividad que tuvo su punto álgido en el Camp Nou, donde un equipo herido sacó la garra para asaltar Barcelona, hundir a su eterno rival y coger un ritmo del que salieron listos a las estrellas.
Quedó solo la final: la épica final. En Milán tuvo que aguantar hasta los penaltis en un partido agónico. Fue la misma película que en Lisboa pero con distinto guión: primero se adelantó Ramos y después empató Carrasco. Llegó a la prórroga agotado y acabó aferrándose a los penaltis y a un fallo de Juanfran.
La temporada más rara en años del Real Madrid, con dos entrenadores, acaba con un paso por Cibeles que tapa todos los males. Y la visita a la Diosa no es un paso cualquiera, sino el que te da ganar la Champions, la mejor competición de las tres que juegan. Es la Undécima, que llega dos años después de la ansiada Décima, que tardó 12 temporadas en conseguirla. Sigue aumentando la leyenda, hundiendo además algo más a su rival de ciudad.