La del Real Madrid constituye la única afición del mundo capaz de apedrear a uno de sus jugadores por cometer un penalti que no debió señalarse, y de crucificarle aun cuando el partido se acabó ganando pese al lance. Animados por la prensa de barra de bar que les inspira desde tiempos inmemoriales, los madridistas rama enfurruñada (es decir, la mayoría) de aquí y de allá le han declarado la guerra a Fabio Coentrão, y el abundante sector del Bernabéu que les representa afila sus garras para el partido ante la Cultural Leonesa donde es predecible su titularidad.
Reconozco haber exigido su inmediata deportación al ver la acción en directo, pero una segunda toma me hizo ver las cosas como hay que verlas, es decir, exactamente como explico ahora de forma sencilla.
Antes de la mano de Coentrão, hay una mano del atacante del Spórting de Portugal. A cualquier otra afición del mundo, este dato le sirve para esquivar cualquier tentación de censura a su jugador, por la sencilla razón de que nada de lo que acontezca después en la jugada (y ello incluye la mano de Fabio) habría tenido lugar de haber visto el colegiado la clamorosa infracción del delantero. El penalti nunca debió pitarse porque antes debió sancionarse la acción antirreglamentaria del adversario.
Antes de llegar al anterior punto y seguido, y tratándose por ejemplo de un partido contra el Madrid pero a la inversa, la afición de Mestalla o Nervión ya ha desatado una pañolada de escándalo contra el árbitro, y declarado mártir a su coentrão de turno.
Nadie del Madrid, sin embargo, cantaría Así, así, así gana el Spórting caso de haberse consumado una derrota, optando mejor por demonizar al de Vila do Conde, que para eso una vez las cámaras le pillaron fumando a la salida de una fiesta en la era pre-Podemos. Coentrão está estigmatizado desde entonces por la dictadura de las monjas que padecemos en el fútbol y en la vida, y su innegable torpeza en la jugada que comentamos no es la razón de fondo del linchamiento deportivo al que está siendo sometido en las últimas horas.
Lo cierto es que el madridismo de a pie no sabe si Coentrão a día de hoy fuma o bebe. El madridismo enfurruñado, no obstante, da por hecho que lo sigue haciendo, que para eso paga su abono o su carnet de simpatizante: para descalificar a los jugadores que le caen mal y dar por hecho que no se cuidan, pudiendo así desatar sobre alguien las iras provocadas por sus tristes vidas.
El que antes de su mano haya una mano del rival no es la única razón que me hace dudar de la pertinencia de señalar penalti. Coentrão levanta la mano para indicar al árbitro que el adversario ha usado la propia para controlar la pelota, con la mala fortuna de que el balón describe una trayectoria que da a parar en ese brazo levantado. ¿Hay torpeza, imprudencia y/o falta de concentración en esa mano al aire? A raudales. ¿Hay voluntariedad de interceptar el balón? Pues ése es otro debate.
Si coincidimos en que el propósito de esa mano al aire es la ejecución de un gesto de cara al árbitro, quizá quepa excluir el que se trate también de un intento de tocar el balón. No diré que “o es una cosa o es la otra”, porque lo cierto es que pueden ser las dos, pero la voluntariedad de la acción me merece tantas dudas que tengo que preguntarme por el significado último del término “voluntariedad” al que se refiere el Reglamento.
La segunda (y pertinente) acepción de la palabra “voluntariedad” por parte de la RAE me deja casi igual: “Determinación de la propia voluntad por mero antojo y sin otra razón para lo que se resuelve”. Sé que la principal razón por la que Coentrão levanta el brazo es llamar la atención del colegiado, y aunque no puedo descartar que TAMBIÉN pretenda manotear el balón, lo cierto es que no lo tengo claro. ¿Qué es pretender? ¿Qué es la voluntariedad, aparte de aquello que según la ley del fútbol hace falta para decretar una pena máxima? Con la voluntariedad pasa como con el 'brexit': los árbitros la estiman como los británicos la votan, es decir, sin saber (nadie lo sabe) lo que significa de verdad.
El hecho, ya lo sé, es que el mismísimo Fabio Coentrão me ha dejado solo en su defensa. En la zona mixta, tras el partido, lamentó su “cagada” con melancolía casi caricaturescamente portuguesa, y echó toda la culpa (¿pero qué culpa, si hemos ganado?) sobre sus espaldas. La cagó, sí, pero eso no brinda legitimidad a la señalización del penalti, que nunca debió producirse. ¿Por qué no dices eso, Fabio?
La cagó, sí, pero el equipo ganó el partido y no hay razón alguna para la autoflagelación, entre otras razones porque los brazos clavados a la cruz, casi como un sarcasmo por haberlos levantado, te van a impedir el hacerlo. ¿Por qué no dices eso, Fabio? ¿Por qué no dices sonriendo “Sí, la cagué, pero somos el Madrid y el equipo ganó gracias a mis compañeros”?
Esta aparición en zona mixta, que en general ha sido loada por la “sinceridad” que apareja, es en cambio lo único que yo le reprocho a Coentrão. Un jugador del Madrid no sale públicamente a buscar la conmiseración de nadie. En el Madrid no se baja la cabeza más que para mirar el escudo que se lleva en el pecho. Luego, se levanta de nuevo la cerviz y se espeta a quien incumba: “Llevo este escudo en el pecho y por tanto soy la h...”