Nada más empezar el partido, Mascherano arrolla a Lucas Vázquez en el área. Penalti tonto pero claro. Clos se desentiende. La actuación de Clos en el Clásico fue como la victoria en las urnas de Donald Trump: todo el mundo sabía que el desastre se avecinaba pero nadie fue capaz de hacer nada por evitarlo.
Hizo exactamente lo que el madridismo temía: birló a su equipo no menos de dos penaltis de libro y facilitó el gol de Suárez cobrado una falta inexistente y validando la dudosa posición de Suárez. El Madrid hizo en el primer tiempo las mismas faltas que Busquets (5), pero la primera tarjeta fue para Isco por una entrada a Neymar de las de falta y punto. Nada de extrañar si uno tiene en cuenta el historial disciplinario de Clos con el Madrid: si nos atenemos al número de tarjetas que le ha sacado en sus once años de carrera en Primera, el Madrid es el quinto equipo más leñero de Primera División.
Decíamos penalti tonto de Mascherano y decíamos mal. Penalti inteligente de Mascherano, que se sabe protegido por el sistema (bien pensado: ¿es la inteligencia compatible con la bula?). Raúl dijo en la retransmisión que era muy pronto para pitar penalti, que la cosa acababa de empezar. Nos referimos a Raúl González Blanco, sí. No van a encontrar una frase más triste en este artículo.
También comparábamos lo de Clos con la victoria de Trump y también comparábamos regular, porque Clos se quedó a un paso de conquistar la suya. Lo impidió Ramos en el descuento, como si se tratase de una broma pesada para el antimadridismo, pero es que la épica del Madrid lo es.
Hay algún peligro en esto de que el Madrid gane incluso a pesar del árbitro, porque la tendenciosidad de un colegiado no debería formar parte del catálogo de variables que se solventan con la épica. Un triunfo en medio de una plaga de lesiones forma parte de la épica. Un triunfo o un meritorio empate superando la adversidad del marcador forma parte de la épica. Pero la tendenciosidad de un árbitro no es un contratiempo natural, no es un lance del juego para cuya compensación deba entrar en juego lo heroico. No va en el sueldo de ningún paladín, por formidable que sean sus gestas.
Pese a todo, el Real Madrid de Zidane fue capaz de sobreponerse a este factor. No es sencillo hacerlo. Normalmente, cuando un árbitro quiere que pierdas pierdes, sobre todo cuando el rival es de gran entidad. Un árbitro decide qué es gol y qué no es gol, qué es penalti y qué no lo es. La lesión de tu mejor jugador, con ser grave y padecerlo también el Madrid, no es obstáculo ni la mitad de la mitad de decisivo que la animadversión de un colegiado estrella en una organización que funciona exactamente como Alfons Godall explicó en su momento. Pongan en Youtube “Alfons Godall villarato” y disfruten, a pesar de que el inventor de este último término ya no lo use pese a estar el concepto más desbocado que nunca.
Es difícil no perder cuando el árbitro quiere que pierdas y ante un gran rival, pero el Real Madrid de Zidane lo consiguió por la sencilla razón de que puede llegar a ser el equipo más extraordinario que han disfrutado los madridistas desde la era dorada de los cincuenta. He conocido madrides de inquebrantable espíritu y rigor táctico (el de la Liga de Mou, el de Capello y sus remontadas); he conocido madrides de apabullante despliegue estético (la Quinta, algunas fases de los Galácticos).
Pero no he visto un Madrid que aúne de igual forma competitividad -sobre todo en las grandes citas- y buen gusto en el trato al balón. Salvo por la coincidencia de la entrada al campo de un imponente Iniesta y la discutible decisión del marsellés de sacar del mismo a Isco, lo que propició un par de buenas ocasiones culés en el segundo tiempo, el Madrid fue mucho mejor que el Barça, y lo fue sobre todo allí donde el ADN Barça, esa descomunal patraña, más presume tradicionalmente de serlo: en el medio campo.
Fue (sí) Isco y fue Kovacic y fue Lucas, pero sobre todo fue la noche en la que Luka Modric tomó el Nou Camp, así como suena. Luka (¿quién si no?) fue quien puso el balón en la cabeza de Sergio. “Advertí que no debíamos hacer faltas”, se escudó tontamente Luis Enrique en la rueda de prensa. Pero alma de cántaro. ¿Quién eres tú, parafraseando a Paul Simon, para soplar contra el viento? Contra el viento sólo sopla el Madrid, y encima gana. Gana (o empata de milagro) con el peligro que conlleva ese buen sabor de boca del final: el partido se resume diciendo que al Madrid le tangaron dos puntos que habrían dejado la Liga muy encarrilada.
Con todo, poniendo todo en contexto, el gran partido de los suyos satisface al madridismo. Soy del Madrid. ¿Con qué árbitro quieres ser incapaz de ganarme?