En la casa familiar de los Carles las cortinas están echadas y las fotos recuerdan permanentemente el trágico esplendor familiar. Allí vivió Fran hasta que la muerte le tendiera una emboscada el pasado mes de julio en un gimnasio de Fuengirola y allí vivió también su padre, Ignacio Pardo Venteo, el mítico ‘Carles’, la mayor leyenda de la historia del Linares Deportivo, hasta que un trance rocambolescamente similar le quitase la vida en 2008 con sólo 49 años.
La madre de Fran, viuda de Carles, suficiente hace con levantarse cada mañana a atender su frutería. Han pasado siete meses y el dolor no se reduce. “Justo ahora que habíamos empezado a recuperarnos de lo de su padre”, gime en su salón en compañía de Lola, la novia ‘viuda’, la única persona que asistió enteramente al vía crucis de 72 horas que sufrió el capitán del Linares, de 25 años, entre el momento en que le cayó accidentalmente una pesa en el muslo y su expiración definitiva, consumido por un fallo orgánico masivo. Tenía la sangre irremediablemente contaminada por una rabdomiólisis y el cuádriceps hinchado por un hematoma letal. “Al hospital de aquí llegó ya muerto”, se repite en la ciudad.
Los amigos del futbolista han recaudado prácticamente ya los 35.000 euros necesarios para inmortalizar a Fran en una estatua que será inaugurada el próximo 8 de julio, primer aniversario del fallecimiento, frente a las taquillas del estadio de Linarejos. Linares se ha volcado con la estatua a su nuevo ídolo, capitán e hijo del Gran Capitán: donaciones individuales, actos benéficos, empresas colaboradoras… Ha habido hasta un jugador del Real Madrid que ha donado unas botas usadas y firmadas para ayudar en la recaudación de fondos. Como titulaba esta semana el diario Ideal de Jaén: “El 8 de julio Carles será inmortal”.
Linares, que nunca se recuperó del cierre de sus grandes fábricas y que sigue teniendo una de las cifras de paro más altas de España, experimenta un imparable “fenómeno fan” respecto al capitán fallecido, como lo llama su novia, cuyos intentos por regresar poco a poco a su vida (tuvo que abandonar las redes sociales, lleva siete meses sin bajar al centro, no quiere aparecer en más fotos) chocan con la efusión colectiva por Fran. “Hay carteles con su cara” explica, “hacen camisetas, bufandas, carcasas de móvil, forran 'playstations'… Se hacen tatuajes. A mí ese ´fenómeno fan', sinceramente, no me gusta, porque no es un cantante... Y pienso: si esto es tan mediático, ¿qué queda de él para nosotros? Me cuesta mucho compartirlo, no sé cómo explicarte. Sé que es con todo el cariño del mundo y le tienen idolatrado, y lo agradezco mucho, pero me cuesta”.
Un aura trágica envuelve a una localidad famosa por la muerte de Manolete, con hijos tan ilustres como Andrés Segovia o Raphael, donde en los tiempos de bonanza se celebraba el mejor torneo de ajedrez del mundo (“aquí vino Kasparov”, recuerda el camarero de un bar al forastero). La muerte de Fran por un accidente inverosímil y por la pachorra del Servicio Andaluz de Salud en pleno verano ha reabierto la herida de la maldición que persigue a las grandes estrellas del Linares: Mariano Pulido, ex internacional, posteriormente secretario técnico del club, murió en 2013 a los 56 años, víctima de un Parkinson; Manolo Preciado, posteriormente un conocido entrenador, falleció un año antes de un infarto a los 55 (el autor de su escultura es el mismo artista encargado de la estatua de Fran frente al Linarejo).
Orgullo y agobio
“Fran era mi pareja, mi amigo, mi familia… Yo lo he perdido todo. El vacío que tengo yo no se llena con nada”. Lola está serena, pero sabe que no puede hablar de esos tres días infernales ni enredarse demasiado en recordar las virtudes de su novio si quiere contener las lágrimas. Cuando entra en el salón José Corpas, el mejor amigo de Fran, extremo derecho del Linares, la madre de los Carles estalla en un sollozo irreprimible. No había visto al amigo de toda la vida de su hijo desde el día del entierro, cuando la ciudad entera salió a la calle con 40 grados para despedir al hijo del mítico Carles, la leyenda viva del equipo, otro linarense fagocitado por esa extraña maldición que rodea al club y a la ciudad.
Corpas, tranquilo y renqueante por una patada del último domingo, recuerda con calma sus inicios, “de chiquitilllos, cuando jugábamos en campos de arena”. “Nadie le ha regalado nada, ¿sabes? Su padre le decía siempre que no jugara al fútbol, que estudiara… ¿Me preguntas por el vestuario hoy? Pues la verdad es que era un Linares cuando estaba Fran y es otro Linares ahora... Era el alma de la fiesta, el que organizaba... Era el centro del equipo sin querer serlo, porque no quería ser protagonista […] Fran sigue siendo el capitán del Linares… Es el capitán del Linares”.
El hermano de Fran se llama Carlos y también es futbolista (“jugador de fútbol”, corrige él; “los futbolistas son las estrellas ricas y famosas”). La mirada delata un infierno que sólo aguanta por su madre. “He tocado fondo”, confiesa. “Esto es muy duro… Nosotros hacíamos todo juntos. No puede explicarse, es un mordisco que llevas ahí siempre. La llama nunca se apaga […] Produce orgullo que la gente se acuerde tanto de él y de nosotros. Muchas personas quedan en el olvido, es un orgullo inmenso... Pero por otro lado la llama es imposible que se apague así… Estamos vacíos”.
Hincha del Real Madrid, mediapunta “polivalente”, Carlos quiere regresar al fútbol profesional en el Linares la próxima temporada. Nunca jugaron juntos en el equipo, aunque sí se enfrentaron con camisetas diferentes, y persigue la versión reducida del sueño que animó sus juventudes, la defensa conjunta del Linares en una ciudad abandonada por los dioses y con una pasión futbolera encendida, en la que el Linares Deportivo es un símbolo identitario. En una localidad con un 30% de paro, despojada ya de minas y grandes fábricas, el equipo (que milita en la Segunda División B) lleva más de 5.000 personas al campo todos los domingos: más que algunos equipos de Segunda.
El agradecimiento de la familia a los promotores de la estatua (incluso a este periódico, que también puso su granito de arena) es absoluto. Es el otro ruido, el de las redes sociales y los carteles, el de las conversaciones y los móviles con su cara, lo que desearían reducir: poder vivir sin el recordatorio continuo de lo que perdieron. Quizá el 8 de julio, cuando se descubra la estatua del joven capitán, la consagración en piedra de la leyenda cierre un capítulo, y abra otro, en la trayectoria de sus seres queridos. Ese mismo mes nacerá el primer bebé de Carlos. Ahora no pueden ni alegrarse ante la ampliación de la familia. “Yo no puedo llegar más abajo, ¿sabes? De aquí solo puede irse hacia arriba”. El día que murió, la cuenta de Twitter de su hermano Fran emitía este mensaje: “La esperanza es algo bueno, quizá lo mejor de todo, y las cosas buenas no mueren”.