Apenas han pasado 10 días desde que Sergio Ramos levantase al cielo (o mejor dicho, al techo del Millenium Stadium) de Cardiff la Copa de Europa que completaba un número perfecto, el 12, cuando da la impresión de que desde aquél hecho histórico e incomparable han pasado varios meses o incluso años.
Hecho histórico puesto que ningún equipo puede presumir de haber repetido victoria en el nuevo formato de UEFA Champions League y que, por supuesto, haber alcanzado la victoria en tres de las últimas cuatro competiciones es, dado el nivel de competitividad que exige este torneo, un hito a día de hoy incomparable.
Pero estamos en España. En cualquier otro país del mundo, y por supuesto europeo, tener al Real Madrid constituiría el orgullo de una nación, independientemente de ser o no seguidor madridista. En España, no. Los ecos de la victoria de la Duodécima en la capital de Gales han durado apenas 2, máximo 3 días. Algunas portadas, convictas y confesas culés, llevan varios días haciendo famoso a un jugador como Héctor Bellerín; ya desde el mismo domingo 4 de junio, un diario de Barcelona titulaba a cuatro columnas “Valverde da el OK a Bellerín”, ninguneando de esta forma la hazaña del equipo merengue. En diarios abiertamente barcelonistas, esto es hasta entendible. En otras rotativas llevan días hablando de partidos amistosos de la Selección Nacional, de la desilusión de James por no haber jugado en los partidos importantes, de los pitos a Piqué, o de la oferta que ha hecho el United de Mourinho por Morata.
El partido de Cardiff maravilló al fútbol de todo el planeta. Repasando las portadas al día siguiente de la final, en Francia, en Reino Unido, en Alemania, en Portugal, en toda Sudamérica (incluyendo a la Argentina “Messiánica”), en Asia, no digamos en Italia, país del equipo derrotado, todo el periodismo mundial se plegó al Real Madrid, a su técnico Zidane y a la extraterrestre exhibición que pudimos contemplar, sobre todo en una segunda parte absolutamente perfecta. Todos boquiabiertos. Menos en España. El país donde nació el Real Madrid y el país donde más se critica (y menos se valora) al Real Madrid.
No hay que dudar ni un solo instante de que si la Juventus hubiese resultado vencedora en Cardiff (sí, ya sé que es difícil imaginar esto tras una exhibición que Allegri y sus chicos tardarán meses en olvidar), se seguiría hablando todo el verano del fracaso del proyecto de Florentino Pérez, de la incapacidad manifiesta de Zidane para entrenar y de la pésima confección de la plantilla, en la cual sobrarían todos. El verano hubiese sido infernal, mediáticamente hablando, para los madridistas.
A estas horas hace apenas 10 días me estaba paseando ufanamente por las calles de Cardiff, contemplando en vivo y en directo la universalidad del Madrid, el amor y la admiración que despierta por toda Europa. Gentes venidas de Colombia, de Singapur, de México, de Finlandia, de Costa de Marfil, de Rusia, que cada vez que te cruzabas con ellos te hacían poco menos que la ola al ver el escudo madridista que ellos (y ellas) a su vez erguían alborozadamente.
También viajaron numerosos peñistas de toda España, faltaría más, canarios y sevillanos, palentinos y cartageneros, oscenses y salmantinos. Muchos aficionados de las peñas madridistas en Cataluña, que se hacían oír incluso más, quizás como señal de autoafirmación y de hacernos ver a los demás “aquí estamos, somos tan madridistas como cualquiera”.
Las buenas gentes de Gales, cuyo bagaje futbolístico históricamente ha sido rayano al cero (con las excepciones históricas de John Charles, JB Toshack, Mark Hugues, Ian Rush y Ryan Giggs), un país volcado por y para el rugby, hablaban y no paraban del “Real” (como allí se conoce a Los blancos), de ese equipo mítico que ha hecho que uno de los suyos, Gareth Bale, se haya proclamado, precisamente en su Cardiff natal, el jugador galés ganador de más Copas de Europa, tres, desbancando al diablo rojo Giggs, que logró dos. Esta final, probablemente, supondrá que dentro de unos años el fútbol coma algo el terreno al rugby en Gales. No sólo por haberse disputado en Cardiff, sino porque ha sido una de las finales con un juego más bello y vistoso de los últimos tiempos. Y con cero incidentes, tanto fuera del estadio como dentro de él.
Se van alejando poco a poco los ecos de la fantástica conquista de la Duodécima. Se van apagando los cánticos de algarabía y júbilo al escuchar por enésima vez a Freddy Mercury rindiendo honores al campeón. Una Copa de Europa que ha sido tan difícil de lograr como los 12 trabajos de Hércules, tras haber tenido que eliminar al Nápoles (que se adelantó 1-0 en los 2 partidos), al Bayern (en eliminatoria titánica resuelta tras prórroga y con un parcial final demoledor de 6-3) y al Atlético de Madrid (con la vuelta en el Calderón y tras la jugada del año de Benzema, que pasará a la historia junto al taconazo de Redondo en Old Trafford). 12 Champions conseguidas en 62 ediciones. 6 en las últimas 20, esto significa un porcentaje brutal de un 30% de éxito en los últimos 20 años, precisamente en la época de más competencia y enfrentándose a equipos hechos por y para ganarla (City, PSG, Chelsea, Arsenal…) a golpe de talonarios rusos o de Medio Oriente.
Tiene mucho mérito el Madrid, muchísimo. Echaremos de menos esta época que estamos viviendo cuando lleguen las vacas flacas. Por eso siento nostalgia y me entristece el poco valor que se le está dando en España a esta insólita y espléndida conquista. Victoria que se está queriendo tapar u obviar a base de noticias menores o simplemente de charlas de chiringuito playero. Para hablar de fichajes siempre hemos tenido el mes de julio. Ahora, apenas comenzado el mes de junio, y pudiendo deleitarnos con la 12, parece que es mejor hablar de Macedonia o de la enésima renovación de Messi.
Tengo grabada la final de Cardiff. Ya la he visto dos veces grabada. Seguiré viéndola de tanto en cuanto. Aunque, como escribió Shakespeare: “Keep anything that can remind you would be admitting that I could forget you”. Es decir: “Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo olvidar.” Creo que no olvidaré nunca la Duodécima, me hizo muy, muy feliz. Pero por si acaso, conservaré la grabación. Los madridistas podemos ser románticos, sin duda, pero sobre todo somos prácticos.