"Con frecuencia estaríamos avergonzados de nuestras buenas obras si la gente viera todos los motivos que las producen”, escribió François La Rochefoucauld hace más de tres siglos. La máxima sirve hoy para contextualizar una de las ramificaciones más fascinantes (por poco comentada) de la Operación Soule: la súbita introversión de Jorge Pérez, secretario general de la Federación Española de Fútbol desde 2003 hasta 2016, después del arresto y encarcelamiento de sus dos jefes.
Pérez dedicó el primer tercio de este año, entre enero y abril, a convencer al país de que encarnaba el saneamiento del fútbol español. Acusaba a la Federación de ser un barco a la deriva, a Ángel María Villar de haberse endiosado y de no ser democrático. Prometía la “renovación para un fútbol más justo” y repetía (con ribetes de desliz freudiano): “Nadie conoce mejor que yo las fortalezas y los déficits de la actual Federación". Tras ser destituido de su puesto en octubre de 2016, había decidido cambiarse de bando y presentarse a las elecciones contra su antiguo amigo, de la mano de Javier Tebas, en un conveniente ataque de integridad.
Pérez nunca reconoció estar arrepentido de sus actos pasados; eso debió de reservárselo a la UCO y al juez. Quizá justificó ante ellos trece años de servicio por obediencia debida, olvidando que desde Nüremberg esa excusa ya no sirve: siempre existe una opción moral de resistencia. Mientras el exlugarteniente de Villar prometía renovación en las radios, negociaba por detrás con la Justicia para salvarse de la quema: al fin y al cabo, había firmado todas las decisiones federativas durante tres mandatos.
Es muy probable, quién sabe si razonable, que Pérez se haya garantizado inmunidad jurídica con su delación múltiple. Pero este manto no le protege frente al juicio político o social. El tinglado clientelar que estructuraba el poder federativo en el fútbol era inviable sin su conocimiento y participación activa. La prensa clama, por ejemplo, contra el finiquito de 300.000 euros que le habían asignado a Esther Gascón (sustituta de Pérez como secretaria general de la RFEF) para después volver a contratarla. ¿Por qué nadie habla, en cambio, de los sobresueldos en forma de ‘bonus’ que se autoimpuso Pérez en 2013 y 2014 por valor de 300.000 y 400.000 euros? La crisis es tan profunda, la bola de nieve ha crecido tanto, que resulta mucho más cómodo ocuparse sin más en el despiece del árbol caído.
Pérez delató a Villar y a Padrón en enero de este año, cuando comenzaba su asalto al poder federativo. Hasta entonces le había ido bastante bien en la Federación. Caído en desgracia, se convirtió en instrumento del bando enemigo, que le ofrecía algo aún mejor. Las motivaciones privadas oscurecen su perfil y permiten preguntar: ¿por qué no les delató antes? ¿Y por qué calla ahora?
Pérez no habla porque no puede. Su rostro sonriente el viernes pasado al salir de la Audiencia Nacional sorprende aún más que su desaparición de la vida pública. Ha impugnado las elecciones fallidas de mayo en espera de una carambola, pero sabe que es un hombre del pasado: algún día irán saliendo en la prensa los viajes, las fiestas, los hoteles de lujo, el cambalache constante de las entradas, las decisiones injustificables, el papel de su amiga María José Claramunt, las traiciones, el trato a Fernando Hierro, los empleos ficticios de algunos colaboradores, esas cosas que todo el mundo sabe y nadie escribe por impotencia (a falta de contrastarlas) o complicidad.
La apertura en canal del fútbol español refleja un principio universal y notablemente incómodo para el periodismo: ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos. Un escenario arriesgado: primero, porque apenas hay dónde aferrarse; segundo, porque es mucho más cómodo emplearse únicamente en hacer leña del árbol caído.
Las acusaciones del caso Villar son tan graves que, de confirmarse, obligan a una transformación total. El terremoto no debe ocultar, sin embargo, a quienes colaboraron en la gestación del presunto latrocinio sistemático en el que se había convertido la mayor federación del deporte español.