No recuerdo absolutamente nada de la victoria en 1966 de la Sexta Copa de Europa del Madrid en Bruselas, ante el Partizán de Belgrado, era todavía muy niño. Sí que vi jugar a Paco Gento (muy poco), y bastante más a Amancio, a Pirri, a Velázquez, a Zoco, a Grosso. Todos ellos formaron parte del equipo ganador de 1966 y, por lo tanto, todos podían presumir de lucir en sus palmarés el más preciado trofeo futbolístico de clubes (Gento, dios del Olimpo de la Copa de Europa, coleccionaba seis).
En casa, mis padres y mis hermanos mayores solían sacar a colación el tema de las Copas de Europa, ya que habían visto cómo iban cayendo año a año en nuestro zurrón. Pasaban los años, década de los 70, yo ya iba siempre al Bernabéu a ver todos los partidos, incluso los europeos. Pero cada año, pese a que las ligas se alojaban de forma habitual en nuestras alforjas, la frustración europea que yo tenía iba en aumento.
Hubo algunas gestas destacables, como aquellas remontadas ante el Derby County o ante el Celtic de Glasgow, pero apenas lográbamos alcanzar alguna que otra semifinal. En 1981, por fin, tras una inmensa gesta ante el Inter de Milán, el equipo se plantó en la final de París, en el Parque de los Príncipes (aquél escenario mítico donde se conquistó la Primera, ante un equipo francés, el Stade de Reims, remontando un 0-2 y luego un 2-3). Contra el “coco” de la época, el Liverpool FC, poseedor de dos coronas recientes a finales de los 70.
Cuando acabó aquel partido, con derrota 0-1 -no tengo un recuerdo más triste en toda mi vida, permanecí llorando en las gradas del estadio muchos minutos-, pensé que jamás vería a mi equipo conquistar una Copa de Europa; para mí aquella era una misión absolutamente quimérica. Era una enorme frustración y yo ya tenía edad universitaria. En 1981, el último éxito de 1966 se antojaba tan lejano como la separación de The Beatles o los conciertos del Festival de Woodstock de Joan Baez o Janis Joplin.
32 años de espera
Tuvieron que pensar 17 años más hasta llegar a una nueva final: a finales de los 80, el gran equipo de la Quinta del Buitre, que se paseaba cómodamente por España, caía año tras año ante Bayern y sobre todo ante el AC Milán. La victoria en Amsterdam en 1998 ante la Juventus, aquél gol de Pedja Mijatovic a Peruzzi en el minuto 66, fue una verdadera liberación para todo el madridismo.
32 años de espera son definitivamente una eternidad, un periodo que particularmente se me hizo más largo que el periodo Interglaciar Mindel-Riss, también conocido como Hoxniense y que duró más de 150.000 años.
No ha pasado tanto tiempo desde la Séptima en 1998. Los jóvenes de 25 o 30 años de hoy en día han visto ganar con sus propios ojos, sin tener que bucear en bibliotecas de monasterios repletas de pergaminos, seis Copas de Europa. Y hoy en día, a cualquier persona de esas edades, les parece impensable que su equipo pueda estar más de 3 décadas sin ganar la Orejona. Es más, ni lo quieren oír ni saber. Es quizás por ello que no le dan importancia ni valor a ganar este título que es, con mucha diferencia, el más difícil de conquistar a nivel de clubs en todo el universo futbolístico.
Simplemente me remito a la realidad. Hace 30 años era muy complicado ganar la Copa de Europa, por supuesto. Pero en aquél entonces, sólo la jugaban los campeones de liga de cada país, más el último vencedor. Había 4-5 equipos verdaderamente complicados con los que competir. Hubo equipos de gran categoría en todas las épocas, el Ajax, el Bayern, el Liverpool, el Nottingham Forest, el AC Milan. A veces, al haber sorteo “puro”, era normal caer en octavos o en cuartos de final si el cruce resultaba complicado. Y no era un drama caer eliminado.
Hoy en día, los 3 o 4 primeros de las principales ligas entran directamente en la fase previa de grupos de la UEFA Champions League. Es habitual que en la fase de eliminación directa, con los 16 equipos clasificados para octavos, haya 2-3 equipos ingleses, 1-2 alemanes, otros tantos italianos y franceses, además de 3 y a veces 4 españoles, con lo cual hay eliminatorias de octavos casi con sabor a final como la del Bayern-Juventus de hace 2 años o como el Real Madrid-PSG que se avecina el mes que viene.
Del blanco y negro al color
La Champions League de hoy en día es tarea de titanes ganar con este formato, más aún si tenemos en cuenta las ingentes cantidades de dinero que se manejan en la actualidad por parte de propietarios multimillonarios procedentes de Rusia, de los Emiratos o de Estados Unidos, sólo al alcance de clubes convertidos en sociedades anónimas, lo cual dificulta aún más los éxitos de clubes en manos de sus socios, como el Real Madrid.
Aun así, el Real Madrid ha ganado seis de las últimas 20 ediciones, y tiene el increíble récord de haberse alzado con tres de las cuatro últimas y de ser el único equipo de la historia en haber ganado dos de forma consecutiva (las dos últimas). Y a todo el mundo le parece normal, como si estos éxitos fuesen el menú de cada día.
No le restemos méritos a este Real Madrid, que ha empezado de forma más que titubeante esta edición del campeonato de Liga -y a quién más duele es al que escribe estas líneas- porque este club, que es el más grande de todos por historia y por palmarés, no tiene la obligación de ganarlo todo siempre.
Ha ganado 12 de las 62 ediciones de Copa de Europa, es decir, el que más -y con diferencia-, pero ello representa un 19% de éxito. Es decir, que en el 81% de las ediciones, NO la ha ganado. En Liga, también es el más laureado y ha ganado 33 de las 87 ediciones (un 38%, frente a un 62% de ocasiones en las que no salió victorioso). No se puede ganar siempre. Lo que SÍ se le debe de exigir siempre a este club es competir en todo momento y en cada partido. Eso sí que es innegociable.
Quizás los más jóvenes lectores no entiendan lo que quiero expresar. Niños de 11 años (como mis hijas), han visto ya ganar a su corta edad 3 Copas de Europa. Suerte para ellos. Yo esa fortuna no la viví en su momento, y era con lo que soñaba cada noche. Pero, a mis años, de verdad que sí que sé valorar lo que cuesta levantar el trofeo más preciado.
Lo que de ninguna manera le deseo a ningún madridista de corazón es que nunca tenga que sufrir una espera de 32 años como la que tuvimos que padecer los de mi generación. Valoremos nuestros éxitos, no nos quejemos tanto en las malas y, sobre todo, no caigamos en la ingratitud. Exijamos, pero siempre con los pies en la tierra.