Siento regocijo ante el error que comete Zidane cuando anuncia que el Madrid no hará pasillo al Barça en caso de jugarse el próximo Clásico con el equipo de Valverde ya proclamado campeón.
Regocijo ante el error, sí. Hay errores que cabe identificar como tales sin que ello merme un ápice el disfrute que administran a los observadores. Yo, como madridista, me había resignado a lo del pasillo, que me parecía casi inevitable en aras de la deportividad y la tradición, pero ahora no puedo evitar recibir esta noticia como una sorpresa graciosamente subversiva. Ya decía Forrest Gump que la vida es una caja de bombones y nunca sabes qué será lo próximo que te va a tocar. Zizou ha abierto la caja y el madridismo degusta ahora un chocolate relleno de un licor prohibido, que es como es sabido el que más gusta a poco que acompañe el dulzor.
Zidane se ha ciscado en el bienquedismo para perplejidad de propios y extraños, aunque nada debería sorprender tanto si se tiene en cuenta el manejo de dicha variable del que hace gala el Barcelona, siendo la noticia el que Zidane, que nunca antes se había pronunciado al respecto, haya admitido implícitamente deplorar la hipocresía y el sucio cálculo con que el Barcelona maneja sus tan cacareados 'valors'. Ni la corrección ni el señorío son principios absolutos que deban ser analizados fuera de la foto global, en la cual la institución regida por Bartomeu sale con cuernos y sin afeitar.
Zidane es ese hombre ejemplar que dos veces en la vida sorprende al mundo con un rapto inapropiado. La primera vez embistió el pecho de Materazzi y ahora ha hecho lo propio con esa falsedad tan quintaesencialmente blaugrana a partir de la cual cabe soltar con la cara muy seria que nosotros al Madrid no le hacemos pasillo porque esa es otra competición que nosotros no hemos jugado.
- Ya, oiga, pero hay precedentes de pasillos hechos antes de partidos de liga a cuenta del logro de otros trofeos. Hay jurisprudencia, como si dijéramos.
- Era otra competición, repetía la voz, probablemente enlatada, sin que los medios objetaran nunca al débil argumento. Sí objetarán en cambio, y hasta el delirio, las razones de Zidane, bien traídas en recuerdo del último Mundial de clubes y la falta de pasillo del Barça en el siguiente Clásico. "Ellos rompieron la tradición". Hay tantas razones para hacer el pasillo al Barcelona como las había para abstenerse de soltar un cabezazo a Materazzi, y sin embargo cuesta sustraerse a la certeza de que toda ruptura de las normas por parte de un hombre cabal ha de sustentarse sobre fundamentos indiscutibles. Lo que diga Zidane, de quien ahora sabemos además lo que opinó en privado sobre algo acerca de lo cual nunca opinó en público. Zidane escuchó a Guillermo Amor decir lo que la "otra competición", calló y tomó nota. Ahora pasa la factura al cobro, y hace muy mal pero hace muy bien.
Zidane, de manera modélica, haciendo gala de no poca valentía, ha asumido la total responsabilidad de la decisión. No hace falta ser un genio para saber lo que va a suceder ahora. La prensa buscará desesperadamente la opinión de jugadores madridistas que de algún modo desautoricen a su entrenador, y no sería de extrañar que lo lograran, primero porque la decisión del francés es discutible, y después porque la prensa da mucho miedo. Es material sensible esto del pasillo, material susceptible de enfangar el ambiente de la Roja, maldición.
No me importará lo que opinen los jugadores madridistas de la selección. Por mi parte, he decidido condenar este atentado de Zidane contra los usos y costumbres, el Código de Hammurabi y la democracia que todos nos hemos dado. Nadie escuchará la risa ronca y ahogada que burbujeará por dentro mientras lo condeno, y si alguien lo hace me disculparé al punto como lo haría un perfecto culé.