Tenemos al Real Madrid enfrentándose a la realidad más incómoda del mundo: a pesar de un primer tramo de temporada atroz, puede ganar La Liga, la Champions, la Copa, el Mundialito, todo. Nada pone más nervioso que la esperanza cuando las cosas son un bendito desastre. Y qué hago yo ahora con esto?, parece preguntarse el madridismo ante la evidencia matemática de que no hay nada perdido. La esperanza se encaja mal cuando el cuerpo pide devastación. Es como un rehén en manos del enemigo cuando el instinto impulsa al lanzamiento de la bomba aplanadora. "De todos nuestros sentimientos, el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza", decía Cortázar. "La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose". La vida del Madrid se defiende siempre demasiado bien y no deja parar al madridismo. Es como una hemorroide que le impide aposentarse en la asunción del fracaso, quién la pillara para poder uno enfurruñarse como hacen los de otros equipos, para quienes las cosas acaban como anuncian que van a acabar.
Sucede que ni las matemáticas ni la historia del Madrid permiten al madridismo saborear las mieles de un fracaso anticipado para poder invadir Polonia o saltar viaducto abajo, que viene a ser lo mismo. La historia es tan jodida como las matemáticas. Todo, absolutamente todo estaba perdido antes de la IX y la X, no digamos nada de la VII, la VIII, la XI y la XIII y aceptemos la redonda temporada de la XII como una anomalía. Si por cada queja en noviembre le crujieran una articulación al madridista, en junio tenía que ir a Cibeles en silla de ruedas.
El emparejamiento entre la turbulencia y el éxito en la historia contemporánea del Madrid es tan constatable que resulta legítimo el preguntarse si no habrá una asombrosa correlación. Una íntima, indescifrable conjunción. Se diría que el Madrid necesita hacer las cosas mal para que todo termine bien, y que esta realidad es la que hace llorar de impotencia a periodistas culés en programas futboleros de sillas. Nadie se lo explica, la lógica se va por el retrete con el Madrid, lo cual saca de quicio a sus enemigos y a los propios madridistas. No se les puede reprochar ni a unos ni a otros. Todo el mundo quiere que el puzzle encaje. La gente prefiere fracasar explicándoselo que ser ajeno a la alquimia de su éxito.
El Madrid ha ganado ligas con Cannavaro, Champions con Iván Campo. Ha conocido la gloria de un campeonato nacional en los pies de Reyes y de Diarrá para luego mandarlos a la cola del paro. El siguiente reto es ganar la Liga después de perder sistemáticamente en estadios de grada baja circundados por edificios desde cuyos balcones contempla la humillación una señora robusta en los ratos que le deja libre el marmitako (abrazo, Emilio).
Y la Champions. El reto es también ganar la Champions no ya en pleno fin de ciclo sino en pleno entreciclo, cuando un ciclo ha muerto ya pero el siguiente no está aquí todavía. Ganar la Champions no ya en el viejo postcristianismo sino en el segundo tardogalactismo (abrazo, Ramón). Y para ello va a jugar mañana el Madrid en Roma, allí donde los imperios mueren pero no se reinventan, a fin de que tanto geografía como historia se admiren ante el sindiós.