Siria vive marcada por el conflicto bélico que sufre el país desde que estallara la guerra en 2011. Este mes de enero, al menos, durante 90 minutos, ningún sirio estará pendiente del estallido de las bombas ni de la tristeza. En un país en el que, según ACNUR, hay cinco millones de personas fuera de sus hogares, el fútbol se ha convertido en la vía de escape para sobreponerse a un cruel episodio de su historia reciente a base de goles y fútbol. Mucho fútbol.
El pasado domingo, la selección siria hizo su debut en la Copa de Asia frente a un rival que también sabe lo que es pasar un mal momento sociopolítico: Palestina. Ambos firmaron un empate sin goles que deja abierto el grupo B a todos los participantes, puesto que Australia, favorita y vigente campeona, perdió 0-1 con Jordania, en un torneo con 24 participantes, la mayor participación de equipos en el torneo.
Rozó la clasificación para el Mundial
La progresión de Siria en el panorama futbolístico internacional ha sido espectacular dadas las circunstancias por las que atraviesa el país. El equipo consiguió firmar su mejor registro en la fase de clasificación para el Mundial de Rusia del pasado verano. Llegó a alcanzar la última ronda del torneo asiático, donde estuvieron muy cerca de tocar la gloria tras empatar la eliminatoria con Australia, hasta que el gol de Tim Cahill en el minuto 109 de la prórroga, dio al traste con la ilusión de todo una nación.
Ahora, la mejor generación de futbolistas sirios, que encabezan ‘Los Omar’ (Khribin y Al Soma), quieren reinar en Asia y llevar la alegría del fútbol a la población, sumida en disputas políticas y el caos diario. La otra gran estrella de Siria es Frias al-Katib. El jugador volvió al combinado nacional tras ser muy crítico con Bashar al-Assad y después de vivir durante cinco años exiliado en el extranjero, asumió la capitanía.
Pese al gran seguimiento que tiene el fútbol en Siria, la afición de este país no puede disfrutar de las estrellas nacionales, pues desde 2010, juega sus partidos como local lejos de Siria. La guerra ha acabado con las pocas instalaciones que estaban disponibles para albergar partidos organizados por la FIFA y el veto del organismo internacional por el cual se restringen las ayudas económicas en el país.
El fútbol local en Siria está en riesgo de desaparición. Las aglomeraciones que se dan en los estadios son lugares propicios para cometer atentados y hace que los campos de fútbol estén prácticamente vacíos. Incluso, ha habido jornadas del campeonato liguero en las que solo se han jugado dos partidos -aunque no se ha suspendido nunca-, por la falta de instalaciones para albergar partidos de fútbol. Acabar con la liga sería eliminar el único resquicio de libertad para reivindicar su patriotismo sin usar proyectiles para ello.
Siria, el país de los futbolistas exiliados
En un país dividido, el fútbol tampoco huye de la polaridad existente. Para algunos aficionados, los futbolistas han mostrado su apoyo al régimen y por tanto son la representación en los terrenos de juego de una dictadura que les oprime de sus derechos.
Otros piensan que los futbolistas están obligados a ir a los actos que organiza el Estado y ponen como muestra a los 13 futbolistas que permanecen desaparecidos y los más de 200 que han tenido que exiliarse como consecuencia del conflicto, entre ellos, Frias al-Katib. Además, diferentes organismos apuntan en esta dirección: “El gobierno de al-Assad ha utilizado atletas y actividades deportivas para apoyar sus brutales prácticas opresivas”, concluyó en 2017 la Red Siria para los Derechos Humanos.
En esta Copa de Asia, Siria juega mucho más que un torneo. Los goles que consigan hacer los futbolistas que dirige Bernd Stange servirán de descanso para un país que sustituirá, por 90 minutos, el sonido de los proyectiles, las bombas y la destrucción, por el de toda una nación celebrando un gol.