Existen situaciones en las que nadie querría verse involucrado y que, sin embargo, están a la orden del día. Una de ellas es la de la inmigración ilegal, tan en boca de todos estos últimos años, a un lado y a otro del Atlántico.
Centroamérica es una región con gentes y lugares maravillosos, pero la pobreza y la inseguridad, por desgracia, son también algo habitual. Honduras es buen ejemplo de ello. Con una tasa de homicidios de 43 habitantes por cada 100.000, así como un 68% de la población viviendo en condiciones de pobreza, el país tiene entre sus ciudades a San Pedro Sula, catalogada como la más peligrosas del mundo entre 2012 y 2015.
Por ello, no resulta extraño que de allí hayan salido durante el año 2018 miles de inmigrantes en busca de una vida mejor. Una marea de personas a la que países como México o Guatemala abrieron sus puertas sabiendo que su destino no era otro que el país presidido por Donald Trump. Pero cruzar la frontera con Estados Unidos se ha convertido en una cuestión de estado. La política antimigratoria del presidente estadounidense choca con las oleadas de personas que intentan entrar en 'la tierra de las oportunidades'.
Donald Trump no ha tenido reparos en frenar esta 'caravana' masiva de personas mandando arrestar a todos aquellos indocumentados que atravesaran la frontera de manera ilegal. Entre ellos, cientos de historias que buscan una vida mejor, huyendo del hambre, la pobreza, la violencia y, en muchos casos, la persecución. Una de esas historias es la de Allan Rivera.
Del fútbol a la cárcel
"Soy un jugador hondureño de apenas 20 años de edad y mi vida ha cambiado totalmente. Después de estar en lo más alto, como futbolista en Honduras y siendo capitán de selecciones, ahora me veo encerrado", se presentó el joven en una entrevista concedida al medio Mundo Hispánico el pasado mes de agosto.
Nacido el 23 de marzo de 1998, Allan René Rivera Miralda se crió en las categorías inferiores del Real España, uno de los clubes más importantes de Honduras. Llegó a jugar el Mundial sub17 de Chile 2005, selección en la que posteriormente sería capitán.
Su futuro era prometedor, pero hace unos meses tomó una difícil decisión: emigrar a Estados Unidos. ¿La razón? "Tuve varios altercados en Honduras. La primera fue que me robaron mi primer auto y me secuestraron a los 17 años de edad. En 2017 me volvieron a robar mi otro auto y todas las pertenencias de mi apartamento, amenazaron a mi familia y a mí mismo", explica.
Es por ello que Allan decidió embarcarse en un arriesgado viaje de más de 2.000 kilómetros para reunirse con su padre, quien ya había emigrado al país estadounidense años antes. Tenía que huir, como él mismo afirma, y "cruzar un río en una balsa, cuando nunca pensé ni imaginé que iba a realizar eso en mi vida".
"Yo era una de las personas que decía que iba a ir a Estados Unidos en avión, pero me tocó pasar el río, me tocó caminar, me tocó estar en un maizal...". Fue precisamente en el maizal donde fue arrestado por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas estadounidense.
"Fue en una tarde que yo iba caminando por un maizal. Me tocaba estar esperando un jalón. Entonces me agarraron. Sufrí tres días en la 'hielera' solamente comiendo un sándwich de tomate con jamón y un jugo", cuenta.
Las 'hieleras', como así se llama a las celdas de la patrulla fronteriza, han sido escenario habitual de imágenes que han dado la vuelta al mundo, en las que se veía el 'infierno' por el que tenían que pasar los inmigrantes ilegales. Allan fue trasladado al Centro de Detención de Port Isabel, Texas, donde permaneció dos días más antes de entrar en prisión de manera definitiva.
Esperanzas de cara al futuro
"Ha sido un poco difícil para mí, pero ya me he acostumbrado. Espero que me salga todo bien y volver a hacer nuevamente lo que más me gusta, que siempre he hecho desde niño: jugar al fútbol. Aquí -en prisión- lo hago, pero no es lo mismo que afuera", explica.
En lo que transcurre su instancia en prisión hasta el veredicto de la Corte estadounidense, Allan tan solo ha recibido dos apoyos: "Mi padre, que es el único familiar que tengo aquí y me está ayudando con la contratación de un abogado, y Róger Espinoza".
Róger Espinoza es un centrocampista hondureño de 32 años que juega en el Sporting Kansas City, equipo de la Major League Soccer (MLS), la máxima competición de fútbol del país.
"Me dijo que si salgo me iba a dar apoyo brindándome una oportunidad en el equipo. Eso es lo que tengo a corto plazo. Si pudiera, a largo plazo, me gustaría jugar en la MLS o salir a Europa, que es lo que siempre he querido", explica Allan, quien tiene bien claro su objetivo: no volver a pisar su país.
"En mi mente no está regresar a Honduras jamás. Prefiero que me tengan encerrado a poner en riesgo mi vida y la de mi familia", cuenta, afirmando que fue "una decisión muy dura", pero que lo hace por "el bienestar" de su familia, ya que no le "importa lo material".
Allan lleva casi diez meses en prisión, y al ver fotos de su antigua vida, no puede evitar romper en lágrimas: "Recuerdo tantas cosas bonitas que he vivido, el fútbol... Pero ahora solamente tengo la confianza en Dios de que me salga todo bien en la Corte".
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