Si Dios le ha dado la vuelta a la ley del ex, como quien hiciera lo propio con un calcetín, el Madrid puede aspirar a todo esta temporada. Da igual que esté a diez puntos del Barça y que falle goles cantados con puntualidad exasperante. Este giro imprevisto de los acontecimientos (lo de la lay del ex revirada, quiero decir) es un golpe de karma a través del cual el cosmos o el Hado o Yahvé sólo pueden estar dando a entender un innegable favoritismo por el club de Concha Espina.
Se trata con todo de un favoritismo que hasta la fecha, sin duda por discreción o para despistar, ha estado oculto por lo que parecía la tendencia contraria. Dios es del Madrid pero también tiene sus complejos, y ha tirado tradicionalmente de cosmética para que nadie notara sus veleidades vikingas. La cosmética obró dos años seguidos en Tenerife, por ejemplo, en un ejercicio de magia negra equívoca, tan impredecible en su repetición que hasta el más devoto habría atribuido al Supremo Hacedor las trazas de un Joan Gaspart omnipotente. Pero no eran más que las maniobras de simulación propias de quien, por el qué dirán, deseaba mantener oculta su verdadera filiación.
Si los dos Tenerifes constituyeron sendos ejercicios de simulación episódicos, la ley del ex ha sido una engañifa continua, muy bien urdida, las cosas como son. Si Dios era del Madrid, no podía consentir que todos los que antes habían jugado en el Bernabéu cascaran invariablemente un gol a los blancos al enfrentarse contra ellos. Pero Dios es (repetimos) del Madrid. Ayer Ceballos habló por boca de profetas.
Antes de que las cosas quedaran claras, no hubo sino confusión. Morientes echó al Madrid de Europa desde lo que parecía un tranquilo asueto monegasco. Morata finiquitó a Ancelotti en semifinales contra la Juve. Samuel Eto’o elevó aquella engañosa ley del ex a los altares de la costumbre, a la cúspide de lo consuetudinario. Munitis (Munitis, sí) puso el Sardinero patas arriba con una celebración digna de quien acaba de marcarle a quien durante años le ha birlado la nómina en lugar de hacerlo a quien puntualmente se la pagó. Hasta Spasic marcó su único gol (entendiéndose por tal el anotado en la portería contraria) al Real Madrid cuando ya jugaba en Osasuna: hasta ese momento, nadie tenía noticias de que el yugoslavo conociese siquiera el camino hacia el área rival.
Incluso en el partido contra el Betis jugó el Señor, inicialmente, al proverbial despiste. "Nos van a empatar y lo hará Canales, para que se cumpla la ley del ex", advertí a mi amigo Pablo, con quien veía el partido. Qué lejos estábamos de sospechar cuando se confirmó mi vaticinio (que por otro lado no tenía ningún mérito) que el Señor se disponía a poner el mundo al revés, o al derecho, según se mire. "Hombres de poca fe", se nos dijo en verdad revelada. "Habéis dudado de quien os ha hecho Campeones de Europa cuatro veces en cinco años, como si esa anomalía no fuera suficiente para concluir que estáis ungidos como el pueblo elegido que sois y seréis. Durante décadas he recurrido a la ley del ex para, con esta fruslería, sembrar el desconcierto en lo tocante a mis querencias futbolísticas. Visto que vuestra fe es tan frágil que no sabe distinguir el grano de la paja, voy a tener que invertir la tendencia también en ese campo. Nunca más dudéis de cuánto os amo. Nuca más flaqueéis en la esperanza".
Y en ese momento, ante nuestros ojos maravillados, el Señor se manifestó en el empeine derecho de Dani Ceballos, que no quiso celebrar no por respeto a la afición del Betis, que previamente no le había respetado a él, sino por volver a dejar el madridismo del Dios de nuestros padres en el ámbito del perfil bajo.