Bueno, pues esto va en serio. El Magical Mistery Tour de Florentino Pérez ha comenzado, and it’s dying to take you away. Es show-biz, es fútbol, es ilusión desacomplejada, son millones al servicio de un ideal menor que se ha hecho imprescindible nos guste o no, es la servilleta de Zidane reciclada al 2.0, es grandilocuencia, son focos, son escenarios erectos en el sagrado recinto, es opulencia y son camisetas a cascoporro. Y sabéis una cosa? Nos encanta.
Nos encanta hasta el punto en que lo echábamos de menos. Como de todas las cosas buenas, de ti dependemos, Florentino, porque una vez que pones el listón a razón de 4 de 5, una vez que traes galácticos a cholón, la gente empieza a exigirte (nosotros empezamos a exigirte) como si los millones salieran de nuestro bolsillo, como si fuéramos contribuyentes de un erario semipúblico al que en realidad sólo contribuimos con nuestra agonía.
Unos científicos australianos acaban de prever el fin de la raza humana para el año 2050, y si tú no nos compensas por esta amenaza, Florentino, ya me dirás tú quién va a hacerlo, no podemos vivir así, no podemos consentir ni medio minuto más de medianías (?) sobre el césped si son casi los últimos que vamos a ver correteando sobre el tapete de nuestros desvelos. Queríamos a Hazard y aquí esta. Ahora tráenos a Mbappé que para eso te pagamos (?).
Hazard es lo más parecido a aquel Zidane que hay en el mercado, y quizá lo más parecido que ha habido en presencia amenazante de tres cuartos de campo hacia adelante. No tiene su estética pero tiene más velocidad. El propio Florentino, entrevistado en la radio hace pocos días, habló de su ambición de traer a Hazard como de un empeño sacrosanto, no subrayando que ha nacido para jugar en el Madrid porque se da por sobrentendido, pero sí acogiéndose a esa oportunidad con la determinación de un misionero en trance redentor. Hazard tenía que jugar en el Madrid porque sí, para que las cosas estén en su sitio, y eso es en el fondo lo que ha pasado: que el universo ha vuelto a girar sobre sus goznes después de unas relativamente breves pero serias perturbaciones en la fuerza.
Con esta adquisición, el Madrid vuelve a dar muestras de liderar el mercado a pesar de que es rigurosamente imposible que lo haga. En un contexto de liquidez rampante, procedente de fortunas dudosas y transacciones de oro negro, un club que es propiedad de un señor de Chamberí y otro de Logroño (y de otros miles de protagonistas de esta anómala atomización) le da en los morros al petrodólar por la sencilla razón de que la historia aún vale algo, de que el prestigio aún vale algo. Y por la sencilla razón, también, de que esta anomalía está acojonantemente gestionada, con sus errores, con sus imperfecciones a veces irritantes porque para eso pagamos (?), pero con una lucidez y una visión estratégica que yo personalmente no sería capaz de atribuir ni al mismísimo Fonsi Loaiza.
Ya está aquí Hazard y esto nos revoluciona, nos pone de puntillas esperando ver qué dice en la presentación, nos sitúa en el umbral imprescindible del ritual que tanto anhelamos: las primeras palabras, los primeros toques al balón, los primeros besos a la grada ferviente. Y luego a ver quién más viene y a ver qué tan rápido se acoplan y a ganar la Quince antes que la Catorce pero sin olvidar que lo único que de verdad vale es La Liga, lo único que de verdad vale es lo que no ganas y el único que de verdad sirve es el que no está, bien porque ya ha llegado o bien porque ya se fue. Es como el sexo: solo eres tan bueno como lo sea tu próximo polvo.
Y mientras, en medio de este torbellino de gloria y ansiedad (no necesariamente en este orden), el capitán al mando sonríe como solo lo hacen quienes ya lo han visto todo. Solo quien está más allá de todo puede zambullirse en esta vorágine y llegar al otro lado con la corbata impecable y ese gesto inconfundible de oficinista prodigioso.
Trayendo, además, a Hazard del brazo.