Hace unos días hablé sobre Gareth Bale en un programa radiofónico de BBC Wales. Aspiraban a que les hiciera entender algunas cosas sobre el (des)encaje de su compatriota en el futuro programado por Zidane para el Madrid, así como entre gran parte del madridismo. La primera -tal vez segunda- pregunta me agarró de improviso. "Why is he not liked?".
Improvisé una respuesta no del todo sincera relativa al acoso de la prensa española y cómo este se ha filtrado en el madridismo sociológico. Digo que no fui del todo sincero porque en ese momento me asaltó una suerte de renuencia instintiva a hablar mal de mi país. Esta es en cambio una plataforma de consumo primordialmente nacional, de modo que escribiré ahora lo que callé entonces.
Vivo en el Reino Unido desde hace cuatro años. Mi proverbial anglofilia se ha visto sustancialmente matizada a resultas del Brexit, que me ha hecho comprender la xenofobia latente en una sociedad parcialmente anclada en la nostalgia del imperio. Había minusvalorado la xenofobia en algunas capas de la población británica, como había minusvalorado la de la sociedad española. No voy a comparar ambos asuntos porque uno tiene dimensiones geopolíticamente catastróficas en potencia, mientras la otra se refiere a una cuestión relativamente menor, pero el desafecto hacia Gareth Bale de parte del madridismo, la saña (incluso) con que le tratan en España, me ha abierto los ojos sobre la realidad de la sociedad española del mismo modo en que el Brexit lo ha hecho sobre la británica. Vivo a caballo entre los dos países, y ya ninguno de los dos me gusta tanto como antes.
Gareth Bale (duele la boca de recordarlo, aunque sobre todo duele el alma al encontrar que el mensaje no cala) ha participado decisivamente en los tramos finales (semis y/o finalisimas) de 3 de las 4 Champions League que nadie le quitará ya en su palmarés madridista. Es decir, ha resultado crucial muchas veces en el momento y lugar en que le temblaron las piernas a futbolistas que lucen justificada vitola de leyenda en el club, desde Butragueño a Santillana pasando por Míchel y Juanito. A eso hay que añadir una Liga, una Copa del Rey que básicamente ganó él (con un gol quintaesencialmente madridista) y una lujosa pedrea conformada por múltiples Supercopas y Mundiales de Clubes. Nada de esto le ha hecho acreedor al cariño de buena parte (cuánta, no lo sé) del madridismo. Quizá el afecto llegue ahora, retrospectivamente, si y solo si sale finalmente del equipo. De lo contrario, seguirá concitando mayoritaria (?) animadversión.
Me dice un compañero de La Galerna que la razón por la que no es querido es su falta de empatía con la afición, su escasez de gestos, su frialdad, la mala gestión de su imagen. Admitiendo el peso de su escaso dominio público del castellano, que es culpa del futbolista y terreno donde claramente ha podido hacer más, el resto de variables deben ser puestas en el contexto estrictamente español. Tipos como Salah o Kane son paradigmas de la más completa falta de carisma y sin embargo venerados por sus hooligans, quienes les dedican cánticos de amor y de guerra personalizados y llenos de arrobo. Otro tanto habría pasado con Bale de haber desarrollado la totalidad de su carrera en la Premier. No habría ganado tantos ni tan lustrosos títulos. Pero le habrían querido más siendo exactamente el mismo, y le habrían querido más si hubiera sido exactamente la misma persona pero no hubiera sido británico. Los hinchas británicos no tienen detectives para fiscalizar cuántas veces al año comen sus ídolos fish and chips.
Otros apuntan a sus frecuentes lesiones como causa de la desafección. A la inmediata censura que me sugiere la crueldad de acusar a alguien de su propio infortunio se une la pura estadística: compañeros como Varane o Carvajal se han perdido más partidos por lesión que el galés, y sin embargo cuentan con la justificadísima consideración del aficionado.
A mí esas razones, como insinuaba al principio, no me resultan suficientes para explicar la falta de cariño de la gente hacia Bale. Aquí hay algo más.
Aquí lo que hay es que el guiri es el nuevo negro. Mirar mal al negro o al moro está ya demasiado mal visto y sin embargo hay que seguir detestando a alguien, a alguien preferentemente extranjero con quien pagar los atávicos complejos nacionales. Al negro o al moro se le despreciaba por considerarlo inferior, y al guiri se le ha despreciado siempre un poco por dar por hecho que él se cree superior a nosotros. El propio término es despectivo: guiri. Odiamos el que creemos peor o al que descontamos que se considera mejor. Eso de ir contra el moro o el negro porque nos quita los puestos de trabajo está demasiado estigmatizado, pero aún no se ha proclamado anatema el ir contra el guiri que viene a quitarnos el sol y los campos de golf. Nos queda esa vía de escape.
Bale no ha inaugurado esta tendencia en la sociedad española, pero la ha afianzado de manera alarmante. Victoria Beckham fue denostada por una cita absolutamente apócrifa según la cual a la spice España le olía a ajo. España necesitaba que fuese verdad que Victoria Beckham dijera eso para poder aborrecerla a modo, y la patraña se hizo verdad por repetición.
Menos dejar de ser tímido, Bale ha hecho todo lo humanamente posible para que le quieran. He’s still not liked. "Manolo Lama no tiene el suficiente poder o audiencia como para desencadenar tanta bilis contra Gareth", me dice otro colaborador de La Galerna, y a lo mejor tiene razón. A lo mejor el problema no es que el español medio escuche a Manolo Lama. A lo mejor el problema es que el español medio, y concretamente el madridista español medio, es como Manolo Lama.
Por mi parte, y salvo por una lamentable última temporada que compartió con el resto de sus compañeros, igualmente desacertados, no tengo absolutamente nada que reprochar a Gareth Bale. No tengo para él más que gratitud y afecto. Vivo en Cardiff, donde continuaré respondiendo con evasivas a la pregunta eterna de sus paisanos. "Why is he not liked?", que si se confirma su marcha pasará a ser "Why was he not liked?".
La verdad es demasiado dolorosa y deja en un lugar no muy edificante a alguno de mis compatriotas correligionarios en el madridismo, de manera que seguiré respondiendo con vaguedades. Quizá no debiera. Al fin y al cabo, el Brexit deja abierta de par de par la autopista del "y vosotros más".