El desacato de Gareth Bale no consiste en que se encuentre estos días entrenando y jugando con su selección. Tenía una lesión muscular y los plazos de recuperación se cumplieron por casualidad en el momento del parón del fútbol de clubs. Los medios han de aprender que entre el alta médica y la disponibilidad para jugar media un plazo: el que tarda el jugador en poner a punto su cuerpo para competir, que la competición es exigencia máxima de otro costal e implica mucho más que la mera curación.
El desacato de Bale se produjo en la misma entrevista en la que declaró desconocer el nombre del primer ministro británico. Muchos ojos se centraron en este dato para echárselo en cara, aunque es un hecho que ningún futbolista pasa un examen de cultura general para medir su rendimiento. La lista de deportistas despistados o excéntricos es muy extensa, sin que la vida en la nube les perjudique su prestación. Sin embargo, poco llamó la atención su auténtico desacato: el fútbol no le apasiona.
Es un desacato esencial, porque un deportista sin pasión es un deportista cojo. Ser parte del Real Madrid exige convertirte en una persona dedicada al club y a tu deporte. En un consagrado a tu profesión. En alguien dispuesto a llevar a cabo todos los esfuerzos y sacrificios necesarios para que el cuerpo y el ánimo estén en situación óptima. Exige dar más de lo que tienes. Sin cesar en el esfuerzo, sin decaer en el coraje. Y esta actitud, guste más o menos, no está al alcance de los que no tienen pasión.
El deporte de máximo rendimiento es una vocación, una actividad trascendente. La trascendencia, en este caso, es la inmensa masa social y universal del Real Madrid, a la que los jugadores deben respetar y devolver con creces el entusiasmo que entregan a su club. Mal puede devolver emociones quien no las tiene dentro de sí. No alberga forma de corresponder a sus aficionados quien sobre el césped de la final de la Champions League afirma que está pensando en cambiar de aires, quizás en cuántos hoyos jugará mañana. Porque el golf es su pasión.
El desacato de Bale es con el Madrid, con sus aficionados, con sus compañeros y con el fútbol mismo, porque surge de una forma de ser, de una mirada errónea hacia el mundo que le paga, de un entendimiento de una profesión eminentemente vocacional como un medio para ganar dinero. El desacato de Bale es mayúsculo, y quizás irreversible, porque es un desacato a sí mismo.