Dicen las malas lenguas, y no miro a nadie mientras zapeo, que los que afirman que no hay que mezclar el fútbol con la política son de derechas. Dicen otras lenguas, bífidas quizá, que cuando no te posicionas públicamente bajo ningún signo político de derechas o de izquierdas es que también eres de derechas. Yo tengo mi ideología y el que me conoce la sabe. Yo no vine aquí a hablar de política. Ni de mí. Decidí hace ya mucho tiempo que la política jamás se iba a interponer en mi camino, ni me iba a robar amistades, ni familiares ni a quitar el sueño. Me iría de cañas con Abascal o con Greta. O con los dos a la vez, mejor todavía. Pero todo eso da igual porque para muchos ya solo con el título de este escrito seré un fascista o un pijoprogre sin necesidad de entretenerse en el contenido.
Protestas, soflamas y reivindicaciones ha habido toda la vida en el deporte. ¿Y qué? Que algo se haya hecho siempre no significa que esté legitimado para hacerse hasta el fin de los tiempos. El deporte es deporte, fin. Dos equipos que compiten y dos aficiones que animan. Unos ganan y otros pierden. Todo lo demás es cardamomo en el gintonic. Añoro esos años noventa, e incluso los dosmil, en los que esperaba con pasión eso que ahora tenemos a bien llamar El Clásico, que entonces no tenía nombre, o no lo recuerdo. Niños ilusionados por ver si Raúl marcaba o si Luis Enrique nos dedicaba algún gestito y al día siguiente comentarlo y vivir con humor y sana rivalidad ese eterno pique. Y ya. Bendita ignorancia. La de ser niño y la de los noventa.
La reflexión, la militancia y la lucha por lo que crees justo me parece absolutamente maravilloso, respetable y necesario. Pero dejad al deporte en paz. Al deporte se viene llorado y reivindicado de casa. A mí me da exactamente igual si tú piensas que España es un estado fascista opresor o que Catalunya es una región anticonstitucional, golpista y terrorista. Me suda completamente esa bolsa biodegradable que en anatomía podemos llamar escroto. Yo solo quiero que ruede la pelota y volver a disfrutar del fútbol como disfruté cuando era un niño, animando a mi equipo y disfrutando del placer de, en ocasiones, dejar la mente lo más en blanco posible. Las protestas políticas en el Congreso, en la calle y, que no se olvide, en las urnas.
Mi propuesta va a ser clara y rotunda: separación absoluta de poderes entre el fútbol y la política. Y esto afecta a todas las instancias de nuestro país. No más políticos en los palcos. No más negocios truculentos en las zonas vip entre empresarios y concejales. No más celebraciones en ayuntamientos, gobiernos regionales o palacios reales. No más Copas del Rey. No más. Se acabó. Apartad vuestras sucias manos de nuestro fútbol. Ha sido suficiente. Hemos aguantado hasta aquí pero lo mejor es que separemos nuestros caminos.
¿Que no os parece bien? Perfecto. Llevémoslo al extremo contrario. Si el fútbol y la política están irremediablemente entrelazados resolvamos esto en la cancha. Ni referéndum ni pollas. España contra Catalunya. El que gane, decide. Y a tomar por culo ya, hombre.