Para varias generaciones la selección española de fútbol era sinónimo de fracaso o de aquello de "jugamos como nunca y perdimos como siempre". Todo esto cambió el 11 de julio de 2010 en Johannesburgo, aunque España empezó a creérselo dos años antes cuando ganó la Eurocopa en Viena.
Pero claro, la Copa del Mundo seguía siendo ese sueño inalcanzable. De decepción en decepción, los españoles se habían acostumbrado a llorar cada cuatro años. Con los penaltis ante Bélgica en 1986, con el gol de Stojkovic en la prórroga del Mundial de 1990, con el codazo de Tassotti a Luis Enrique que nos rompió las narices a todos, con la vergüenza del ocaso de la era Clemente en Francia 1998, con el 'robo' perpetrado por Al-Ghandour en el 2002 y con aquel Zidane que íbamos a jubilar y nos mandó a casa en el 2006.
Ni siendo anfitriona España había podido brillar en un Mundial. En el 1982 solo ganó un partido de los que disputó y antes tampoco la Selección había cosechado éxitos a pesar de contar con jugadores como Gento, Luis Suárez, Kubala o el mismísimo Alfredo Di Stéfano, al que una lesión le impidió estar en el Mundial de 1962 y batirse en duelo con Pelé.
Pero en Sudáfrica fue distinto. El primer Mundial de la historia que se disputa en el continente africano tendría como vencedor a España. Y eso que la cosa comenzó como siempre. Gran favorita antes del torneo y tortazo en la cara, que se lo digan a Piqué, ante Suiza en el debut.
Adiós a las maldiciones
Después España supo levantarse. Ganó a Honduras y Chile para pasar a octavos de final y medirse a la Portugal de Cristiano Ronaldo. En las eliminatorias, la selección de Vicente del Bosque no recibió ningún gol y ganó todos sus partidos por 1-0, incluida la final contra Holanda. No se jugó tan bien como la de Aragonés en 2008, quizá el cenit de España, pero se sabía competir, sufrir y, sobre todo, ganar.
El duelo contra Paraguay en cuartos de final tuvo los tintes de 1986, 1994 y 2002. Equipo en teoría inferior y la Selección que no da con la tecla. Cardozo pudo repetir la historia, pero en esta ocasión Casillas paró un penalti en el minuto 58. Después, y tras un fallo también de Xabi Alonso desde los once metros, Villa encontró en el tramo final el camino a semifinales con un tanto que acabó con los fantasmas de antaño.
De un plumazo, España se había quitado una losa de encima. Adiós a Jean-Marie Pfaff, Tassotti, Al-Ghandour... y al fantasma de cuartos. La Selección quería y, por primera vez, se lo creía también. En Sudáfrica la moneda siempre cayó de cara. Fin a la mala suerte y bienvenida a la suerte del campeón.
La pierna de Casillas ante Robben, la cabeza de Puyol entre las torres alemanas, ese balón de Villa que toca en dos postes y termina entrando en la portería de Paraguay mientras el tiempo y los corazones de los españoles se paran durante segundos que pareces días. Instantes que cambiaron un país. Momentos cruciales que permanecerán para siempre en la memoria y la historia del fútbol nacional.
La generación que unió a España
La España de Casillas, Ramos, Puyol, Xavi, Iniesta, Villa, Torres, Xabi Alonso... La mejor generación de jugadores que logró dominar el mundo a través de la posesión y con las apariciones mágicas de un portero convertido en santo. Un plan que salió bien y que dio a la Selección la primera, y única hasta la fecha, estrella en el pecho.
El 11 de julio todos los españoles aún recuerdan dónde estaban, con quién y cómo cantaron ese gol de Iniesta que les hizo campeones del mundo. Fue el adiós a la España de los perdedores y el día, quizá el último, que todos los españoles se pusieron de acuerdo en algo. La fecha en la que Bilbao y Barcelona se llenaron de banderas rojigualdas y cantaron al unísono el "yo soy español, español, español".
Aquel minuto 116 y aquella fotografía de Iniesta ante Stekelenburg sirvió también para inspirar a una generación de españoles. Un gol que atravesó fronteras y el ámbito deportivo. Un momento que sirvió para marcar la historia contemporánea de un país. España, cuatro años antes, había dejado ser ese país de bajitos de la posguerra para convertirse en los reyes del baloncesto y entonces, en 2010, demostró que también podía dominar el fútbol y lo que se le pusiera por delante.
Ese orgullo patrio, aunque durara poco, hizo que desaparecieran los complejos. Que en el país del Real Madrid y del Barcelona, la Selección, al menos por una vez, pusiera de acuerdo a todos y que España fuera la envidia del mundo entero. Cuando fuimos los mejores, dejamos de ser nosotros.