No hace tanto que el fútbol español era el mejor del mundo. El equipo nacional consiguió lo que ningún otro -empalmar dos Eurocopas y un Mundial- y el Real Madrid y el Barcelona se repartían las Ligas de Campeones casi en exclusividad, con el Atlético de invitado inesperado y encomiable. Hoy, nuestro fútbol hace aguas arrasado por una nueva forma de ver el fútbol: Alemania nos da una lección.
El mismo día que Merkel asestaba un golpe a la economía española al considerarnos zona de riesgo, el Bayern Múnich destrozaba al Barcelona y revelaba el destino del fútbol que vendrá, el que también juega el Liverpool. Un juego de futbolistas enormes y rápidos que se despliegan con verticalidad, buscando los entresijos y los puntos ciegos de la defensa. Un esfuerzo colectivo de once atletas que se repliegan y despliegan en un santiamén.
El tiki-taka que sublimaran Iniesta, Silva, Xavi Hernández y Xabi Alonso ya no sirve. Los alemanes lo deconstruyeron con su implacable eficiencia y lo amplificaron con su rigor maquinal. El aviso lo dio la selección alemana, la campeona de mundo en 2014, la del 7-1 a Brasil, el mismo partido que vimos ayer: un gigante del fútbol que se desploma ante una máquina de precisión.
El Barcelona pagó ayer los errores de la falta de planificación y la supeditación, casi servil, a Leo Messi, el que mucho exige y no siempre cumple: en las nueve últimas eliminatorias en las que los azulgranas fueron eliminados -diecisiete partidos- el astro argentino solo marco en ¡uno!, una cifra tan pobre como reveladora del carácter de un jugador que con más frecuencia de la debida se convierte en la melancolía andante.
Por su parte, el Real Madrid tampoco ha aguantado el embate de los nuevos tiempos. Dominador con un equipo de ensueño y muy atlético -Varane, Ramos, Bale, Cristiano y Benzema, por ejemplo -, se encuentra entre dos aguas, con unos jugadores que se apagan -Modric, Bale- y unos jóvenes que están por madurar. Bien haría en echar una ojeada a los vientos que soplan.
Asimismo, el estilo que tanto éxito le dio al Atlético de Madrid, el juego clásico de contraataque de Luis Aragonés que aceró Simeone construyendo un fortín, no está dando los frutos deseados. Modelo para muchos y estudiado hasta la saciedad por su eficiencia, da la impresión de que los rivales le han tomado la medida, así que, después del éxito innegable, su luz se ha ensombrecido.
La Liga se queda pequeña y nuestros equipos pierden el paso de la modernidad. Ya no imperan las individualidades, si es que alguna vez lo hicieron, y la era de los bloques se impone: un jugador que no defiende es un boquete para su equipo. La intensidad es la norma, la velocidad es constante y la precisión, la clave de la victoria. Dejemos de mirarnos el ombligo, porque ya está claro, muy claro, que el fútbol español cedió el trono.