"Me lo merezco". Aquel famoso grito de Míchel en el Mundial de Italia 90 también pudo hacerlo suyo anoche Julen Lopetegui. Porque si la vida le debía algo a alguien, era al actual entrenador del Sevilla. Un técnico que es un trabajador compulsivo, honrado y al que la suerte le había sido esquiva.
Hace poco más de dos años le robaron el sueño de dirigir a España en un Mundial. Tras una fase de clasificación impecable y tras muchos meses preparando hasta al más mínimo detalle en Rusia, se quedó fuera a 48 horas del debut.
Rubiales y su séquito de confianza fulminaron a Lopetegui por haberse comprometido con el Real Madrid para la siguiente temporada. Algo normal, pero el recién nombrado presidente de la RFEF sucumbió a las presiones para cargarse el sueño de Julen y de todo un país.
España naufragó en el Mundial con Lopetegui ya como entrenador del Real Madrid. Las lágrimas durante su presentación hicieron ver el duro varapalo que había significado para él no poder estar en Rusia con una selección que él había conformado y creado.
La tristeza se apoderó de Julen. Tampoco le fue mejor en el Real Madrid. Le tocó lidiar con la etapa post Cristiano y sustituir a, nada más y nada menos, que Zinedine Zidane. No tuvo suerte ni tiempo, ya que los resultados hicieron que su proyecto descarrilara muy pronto.
Un 5-1 en el Camp Nou provocó que a finales de octubre dejara el banquillo blanco. En cuatro meses lo había perdido todo. Primero el Mundial y después su gran oportunidad de entrenar al Real Madrid. Su carrera como técnico parecía abocada a un destino exótico en el cual comenzar un retiro dorado.
¿Quién iba a apostar por Lopetegui tras lo que había ocurrido en la Selección y en el Real Madrid? ¿Quién iba a ser el dirigente que pondría su prestigio en juego con una elección que estaría marcada por las dudas? ¿Quién sería ese valiente?
Pues fue Monchi, quizá el mejor director deportivo de España y uno de los más respetados de Europa. En su regreso a Nervión eligió a Lopetegui para comandar la nave sevillista y su decisión, como se esperaba, fue recibida con recelo por la afición.
Sin embargo, la confianza en Julen, y la reputación de su buen ojo con los fichajes, hizo posible que Lopetegui se volviera a sentar en un banquillo de la liga española. No se libró el vasco de los cánticos pidiendo su dimisión, incluso en febrero pocas semanas antes del parón por el coronavirus, pero lo mejor estaba por llegar.
Un final de Liga casi perfecto, consiguiendo la clasificación para la próxima Champions, y, sobre todo, la Europa League ganada hace que en un abrir y cerrar de ojos Lopetegui haya pasado a la historia del Sevilla. El gafe se fue con la pandemia y la buena suerte, tan necesaria para triunfar, apareció y le acompañó en Colonia.
El éxito en el deporte profesional es cuestión de detalles. Que Bono pare o no un penalti o que Diego Carlos marque de chilena el gol de su vida. El trabajo hubiera sido el mismo, pero los elogios hubieran sido críticas si la moneda hubiera vuelto a caer de cruz.
Cuando el árbitro pitó el final y el Sevilla se proclamó campeón de la Europa League, las lágrimas de Lopetegui me hicieron recordar a las del día de su presentación como entrenador del Real Madrid. Entonces eran de tristeza por el Mundial que le robaron y ahora, tiempo después, por fin las había convertido en un llanto de felicidad.
Todo pasa. Siempre existe una nueva oportunidad. Siempre hay un futuro al que mirar con optimismo. Y por todo ello, Lopetegui se ha convertido en una inspiración en tiempos de coronavirus. Porque su 2018 fue nuestro 2020. Porque de todo se sale con trabajo, dedicación e ilusión. Porque Julen se merecía ser feliz, igual que nuestra sociedad volver a abrazarse, besarse y disfrutar como antes. Lopetegui ya ha vuelto a la normalidad y nosotros también lo haremos.