La llegada de Ronald Koeman al FC Barcelona se produjo bajo un halo de cierta sorpresa. No era el técnico demandado por la afición ni el preferido por la directiva, pero finalmente terminó siendo el elegido. Ya había sido tentado meses antes, en enero, cuando Bartomeu tomó la decisión de cesar a Ernesto Valverde teniendo al equipo líder en La Liga y bien posicionado en Champions. Sin embargo, quien finalmente llegó fue Quique Setién.
Ahora, tras la debacle de una las peores temporadas que se recuerdan en la historia reciente del club, Koeman ha recibido la oportunidad de regresar a la que fue su casa, al Camp Nou, pero lo hará con un cometido muy claro. Seguir paso a paso las instrucciones de un Bartomeu en el alambre será su cometido. Por ello ha venido y por eso la junta directiva actual se decidió por su fichaje, porque era el sargento de hierro perfecto para este año de transición entre la nada y la incertidumbre para ser el brazo ejecutor de los dueños de un proyecto caduco.
Y en esas se encuentra Ronald Koeman, del que poco se ha hablado en el aspecto deportivo y del que mucho se ha hablado respecto a su gestión del vestuario. Conocido por no ser especialmente querido por sus jugadores, sino que pregunten en Valencia, Koeman ha venido para intentar salvar los rescoldos de una gestión que lleva echando humo negro mucho tiempo. Sin embargo, ese será el servicio del holandés, inmolarse para intentar salvar lo máximo posible en una misión que antes de empezar ya tenía fecha de caducidad: el momento en el que una nueva directiva aterrice en Can Barça.
Salvar las inversiones catastróficas
Una de las primeras misiones que ha tenido Ronald Koeman ha sido la de darle una vuelta a la situación de la plantilla blaugrana y ver qué jugadores están marcados con un asterisco por el club. Marcados, no precisamente para gestionar su salida, sino para intentar salvar la imagen de una directiva que les trajo a precio de oro y que por su rendimiento han sido todo un fracaso. A medio camino entre el cariño y la mano dura, el primer propósito de Koeman parece ser intentar limpiar su imagen.
El primero de esos jugadores es Antoine Griezmann por el que el Barça pagó 120 millones de euros. La primera temporada del francés ha sido catastrófica. Con un rendimiento pésimo en el terreno de juego, no ha sabido adaptarse al vestuario y se ha refugiado en el núcleo de jugadores franceses que apenas tienen protagonismo en la plantilla. Cercano a Umtiti, Dembélé y antes Todibo, poco a poco ha ido adoptando comportamientos de estos jugadores que han jugado minutos residuales esta temporada. Además, su mala relación con Messi ha ocupado más minutos de información que sus goles, hecho preocupante en un crack que quiere triunfar en el Barça.
Este año, parecía ser su temporada, ya que con la marcha de Messi y el posible adiós de Suárez sería el líder absoluto del equipo, sin embargo, el argentino se quedará un año más y Griezmann tendrá que volver a bajar un peldaño dentro de la jerarquía del vestuario. Al menos, Koeman le está dando mucho protagonismo en la pretemporada para intentar recuperarlo y que no se convierta en la enésima gran inversión perdida del Barça.
Otras dos pésimas inversiones del club fueron las de Dembélé y Coutinho, que llegaron de la mano tras el adiós de Neymar y que han cosechado fracasos parecidos. El francés, apagado por sus lesiones y por su indisciplina, no ha conseguido brillar ni a ráfagas sobre el Camp Nou, y este año, que debería ser de una vez por todas su año, tampoco ha convencido a Koeman de momento, aunque el holandés sí está apostando por él, único camino para tener al club contento en el intento de salvar los muebles.
El otro agente de la ecuación, Coutinho, se trata de una operación todavía más catastrófica. Tras llegar con la vitola de crack, no consiguió rendir en el Barça, entorpeció con su posición a la figura de Messi y salió por la puerta de atrás al Bayern Múnich. Tras ganar el triplete con el club alemán, ha vuelto al club ante la falta de fichajes y ya está siendo vendido como la gran aparición del verano en otro intento de la entidad culé por limpiar su imagen ante otra operación dantesca. Misión de nuevo de Koeman intentar salvar al soldado Philippe para agradar a su jefe Bartomeu.
El trato con las estrellas
El FC Barcelona ha tenido dos grandes problemas este verano. El deseo de salir de Messi y la difícil situación de Luis Suárez. Y, casualidad o no, la línea a seguir por Koeman ha sido, a pies juntillas, la marcada por Josep María Bartomeu. El técnico holandés no se ha movido ni un centímetro del cauce marcado por la entidad azulgrana. Todo lo que ha salido desde arriba ha sido recibido en el césped con total fidelidad.
Koeman, lejos de ser el máximo ejemplo de expresividad, no ha hecho grandes gestos ni grandes declaraciones desde su llegada, ni siquiera para mostrarle devoción al astro argentino o para pedir, de una manera clara y convincente, su continuidad. Al técnico holandés parecía no hacerle especial ilusión que un jugador de la talla de Messi fuera el líder de su actual proyecto, quizás porque se trataba de una figura demasiado grande con la que lidiar en un vestuario tan condicionado.
El club se mantuvo frío con el argentino en el tema de su salida, remitiéndose a cláusulas y contratos y dejando de lado los sentimientos que Messi ha creado durante 20 años en el barcelonismo, y así se ha mostrado Koeman, que parecía no tener un interés especial en que Leo formara parte de su plantilla. Si el club dice que se quede, se quedará, sin más.
El otro gran caso que ha copado la actualidad culé ha sido la posible salida de Suárez. Esta vez sí, el club se pronunció contundentemente. Luis Suárez debía salir como fruto de esa revolución prometida y Koeman acató las órdenes desde el primer día. Fue él mismo quien le comunicó a Suárez, de nuevo de manera fría y directa, que debía buscarse un nuevo equipo porque el club ya no contaba con él.
En lugar de dejar que fuera Bartomeu quien despidiera con honores a una leyenda de la entidad, fue el propio entrenador, cual soldado en el frente de batalla, quien se puso en frente del oponente y le atacó sin piedad alguna. De momento, Suárez sigue en plantilla a pesar de que Koeman no lo convoca. El club, que no puede venderle, empieza a cambiar de opinión y solo hay que contar las horas para ver cuanto tarda el técnico en decir que cuenta con él si no se ve una salida clara.
No hay sitio para los jóvenes
Qué duro ha sido el palo que se ha llevado Riqui Puig cuando la temporada ya ha echado andar. Al pobre chico le han vendido que era una de las piezas del nuevo Barça, que encarnaba el espíritu de la reconstrucción, de la cantera, de La Masía, y ahora, cuando el campeonato ya está en su segunda jornada, el joven futbolista tiene que buscarse un nuevo equipo porque Koeman no cuenta con él. Ni la salida de Rakitic y la probable marcha de Vidal le han abierto las puertas.
Quizás Riqui, al conocer las intenciones del técnico, se acordó de aquellas míticas palabras de Kluivert, compatriota de Koeman, en las que le dijo que lo mejor para el canterano era salir, marcharse en busca de minutos y oportunidades. Al canterano no le convenció ese mensaje, pensaba que era una opinión aislada de alguien que pasaba por allí porque a él le habían transmitido todo lo contrario, que era un baluarte auténtico de la entidad y que encarnaba ese ADN Barça tan demandado. Quizás ahora se haya dado cuenta de que lo que el holandés le transmitió aquel día era algo que pensaba en el club y que no solo pensaba Kluivert.
Sin embargo, ha tenido que llegar Koeman para que alguien se lo haya dicho directamente. Riqui cobró protagonismo con la llegada de Setién, todo era optimismo, buenas palabras y buenos propósitos. Y un verano después, y con la salida de varios jugadores, Riqui ya no tiene sitio. Cierto es que con el cambio de sistema de Koeman, Puig pierde su emplazamiento natural, pero es de sobra conocido ese dicho de que los buenos siempre tienen sitio. Aunque esta vez no ha sido así con el pobre Riqui.
Y algo similar le puede suceder a Pedri, una de las pocas incorporaciones del Barça este verano. El joven jugador llegado desde Las Palmas era otro motivo de ilusión para la afición culé que veía que junto a los Ansu Fati, Trincao y compañía, el club por fin empezaba a sentar las bases de un nuevo futuro. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, todo hace indicar que a Pedri le espera el mismo destino que a Riqui Puig, salir para buscar los minutos que Koeman no le va a dar. Salvar las inversiones catastróficas está por delante de dejar espacio a los nuevos talentos en la hora de ruta que Bartomeu le ha pasado a su hombre de confianza en el banquillo.
El Barça se aleja aún más de su ADN
Cuando el club cesó a Ernesto Valverde, se defendió que se hacía por una cuestión de estilo, además de por alguna catástrofe europea que otra. El 'Txingurri' no era un técnico que propusiera un juego de puro ADN Barça precisamente, y eso al final le terminó erosionando. Le pasó algo que ya le había sucedido a otros como Luis Enrique, que a pesar de ganar títulos, no dejó esa impronta que sí había conseguido dejar Guardiola y, en menor medida, Rijkaard. Y por eso llegó Setién.
El cántabro sí parecía encajar en esa filosofía de cuidar el balón, la posesión, madurar la jugada y ganar los partidos por el desgaste del rival corriendo detrás de la pelota hasta la saciedad. Y su mano se notó, poco, pero algo se notó. El Barça dio más pases que nunca, pero con el menor efecto que se había visto en todos estos últimos años. No solo no ganaba, sino que tampoco gustaba. Más bien, aburría. Aquellos que decían que el Barça de Guardiola se llegaba a hacer pesado, no habían conocido todavía el de Setién. Y como a Valverde, otra catástrofe europea le dejó marcado y herido de muerte.
Setién salió y el Barça volvió a buscar un nuevo técnico. Y aunque la lógica apuntaba hacia Xavi Hernández o hacia un técnico de su perfil, terminó llegando Koeman. Otro paso más para alejarse del ADN Barça tan demandado. Y es que el holandés no iba a llegar a Barcelona para proponer un juego vistoso, de toque, de posesión, sino para proponer un sistema que pudiera trabajar mucho sin balón, que fuera férreo, que concediera poco peligro del rival y que no juegue a demasiados toques arriba.
En definitiva, un estilo que le permita al Barça ganar partidos con las menores complicaciones posibles, por la vía rápida, intentando llegar al éxito por el camino más corto para estar pronto cerca de la lucha por los títulos. Es la última baza para cerrar el periplo de Bartomeu y quieren aprovecharlo al máximo.
El exseleccionador holandés no tiene tiempo para crear unas bases sólidas en su proyecto, no tiene tiempo para construir a un Barça con mimo, y por eso tiene la urgencia de que su equipo gane y no se deje muchas fuerzas en el intento. La idea principal del técnico es abandonar el 4-3-3 tradicional y optar por un Barça cimentado en el doble pivote, entregando la manija a De Jong y a Pjanic, en principio. De esta forma, el club catalán podría acumular hasta seis futbolistas por detrás del balón, estando totalmente protegido si todos trabajan tácticamente y las sinergias son positivas.
Otra idea que se abandona es la de los tres delanteros, ya que seguramente sea solo uno y con mucha movilidad si esa responsabilidad recae en Antoine Griezmann. En bandas, gente con mucho desborde para buscar cosas positivas con prontitud, y libertad reducida para Messi en una posición algo encorsetada, la del mediapunta, lejana a su habitual partida en la tripleta atacante donde aparecía por cualquier flanco.
Este es el nuevo Barça que quiere imponer Koeman, el que tiene posibilidad de presentar tras las instrucciones de una directiva con los días contados y con demasiados fracasos en el armario. Sin cantera, sin fútbol espectáculo y con la imperiosa necesidad de limpiar los fracasos de años anteriores, aunque sea al menos en materia de fichajes.
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