Saltan los jugadores al Reale Arena y el silencio aprieta a pesar de los efectos especiales. Evidentemente este no es el fútbol que yo recuerdo. La película que tengo en la cabeza y no me puedo quitar se rodó en Donosti a finales de la década de los setenta y a principios de los ochenta, las gradas del viejo Atocha parecían temblar cuando se oía aquel grito viral de “No pasa nada, tenemos a Arconada”.
Los txuri urdin presumían entonces de tener al mejor portero del mundo bajo palos, capaz de desesperar a los delanteros más devastadores. Santillana, Juanito o Pirri las pasaban canutas para hacerle un gol al “pulpo” Arconada. La Real Sociedad soñaba entonces con quitar el polvo de la vitrina de trofeos y desbancar al club de Chamartín como campeón de liga. Era otro fútbol, de barro, patadas y emociones. De lluvia y cigarrillos en el vestuario.
Hoy estoy sentado delante del televisor y me parece que estoy en el Museo del Prado, viendo pases de exterior de Modric o a Mikel Merino girar sobre sí mismo como un reloj acelerado. Está claro que no es lo mismo. En aquel fútbol que yo recuerdo, Luis Miguel Arconada saltaba como un gato, blocaba la pelota y la besaba, queriéndola. El cancerbero fue uno de los principales bastiones en aquella Real Sociedad campeona de liga con López Ufarte, Zamora, Bakero o Satrústegui.
Hoy en el televisor, Karim Benzema sigue haciendo de las suyas y Odegaard se estrena contra sus amigos de cuadrilla, pero yo no paro de recordar los vuelos sin motor, palma de la mano estirada, de Arconada, uno de los primeros “One Club Man”, silencioso, buena persona, capitán. Un portero que lo tenía todo.
A esta hora de la noche, el campo se mantiene intacto frente a mis ojos, no hay charcos ni dramas, parece que después del descanso la Real Sociedad ha dado un paso al frente y aprieta la salida del balón del Madrid, Kroos está cansado y Casemiro no está. Modric tiene 35 años.
Cierro de nuevo los ojos, Arconada está en el clímax de su carrera después de tres trofeos Zamora consecutivos, el verano de 1984 calienta, pero no quema. Aquella noche, en el Parque de los Príncipes, en París, España juega la final de la Eurocopa contra los anfitriones. Platini lanza una falta y el balón se le escurre al guardameta más seguro del mundo. Esas décimas de segundo empezaron a cavar la tumba del portero para siempre. Nada volvió a ser lo mismo. A partir de entonces, Arconada aguantó carros y carretas en el país que menos memoria futbolística tiene.
En fin, que cuando vuelvo a mirar el televisor me doy cuenta de que me sigue encantando Raphael Varane, haciendo coberturas, saliendo al corte, mandando, esprintando y dejándose la piel para hacer que el Real Madrid salga al menos con su portería a cero de un estadio difícil. Hace apenas un mes, después del partido de Champions League en Manchester, fue vilipendiado y fustigado por la crítica.
Qué mala memoria tiene el fútbol.