Corría el 1 de julio de 1984 y los titulares solo decían una cosa: Diego Armando Maradona abandonaba el FC Barcelona para fichar por el Nápoles. Un fichaje estrella para el club italiano y que viró varias veces en los días previos. Cuando parecía que sí, era que no. Cuando parecía que no, era que sí. Maradona fichó por la entidad napolitana a cambio de 7,5 millones de dólares y su contrato se firmó en el aeropuerto de El Prat, hasta donde se desplazó el presidente Corrado Fericiano.
Maradona cambiaba una ciudad como Barcelona, y un club como el azulgrana, para iniciar una andadura completamente diferente. Pasaba de un mundo de ricos a uno de pobres. Y quizás por eso acabó escogiendo al Nápoles, por el recuerdo que le traía a su Argentina natal. Humildes, trabajadores y, en ciertos ambientes, algo problemáticos. El delantero fichó por el club italiano y allí pasaría siete temporadas repletas de éxitos, goles, partidos e historia. Su figura, pese a todo, se mantuvo hasta el día de su fallecimiento.
Sin embargo, Diego Armando también cayó a lo más bajo. Se metió en los mundos más oscuros del éxito. Vio cómo era el infierno después de haber comprobado las vistas del cielo. El Dios del fútbol no supo alejarse de la droga y la mafia y, entre eso y la desmesurada pasión ultra por su deporte, Maradona acabaría siendo perseguido y repudiado por los mismos que le veneraron. Camiseta albiceleste puesta, el atacante pondría punto y final a su etapa en el Nápoles tras la temporada 1991/1992 y por una exhibición con su selección, la Argentina, ante Italia. Si vino ovacionado, se marchó entre abucheos.
Para comprender la historia de Maradona en el Nápoles sobre la balanza deben estar ambas realidades. Dos vidas que podrían ser la antítesis una de otra, pero que acabaron siendo los dos rostros de un jugador inolvidable. Maradona llevó al club a lo más alto. Y, con él, también su carrera. Pero Maradona también aceptó hacerlo rodeado de lo peor. La Camorra fue una de sus muletas y, la adicción que había comenzado en Barcelona con la cocaína, se convirtió en el día a día del astro.
Relación con la mafia
La presentación de Maradona sirvió para corroborar lo que suponía su fichaje. Acudieron más de 70.000 aficionados que, además, pagaron entrada. La sala de prensa tuvo que trasladarse a otra zona porque era imposible alojar a tanto periodista. Maradona había revolucionado una ciudad pobre de Italia, criticada y despreciada por gran parte del país. Un Dios optaba por una de las zonas más deprimidas de la nación. Había que quererle.
Y, desde ese primer día, la presencia de la mafia italiana ya se hizo notar. Tanto que un periodista preguntó durante su presentación si, según la información que se publicó, Maradona sabía que la Camorra había pagado parte de su traspaso. El reportero fue expulsado, pero ya dejaba entrever el peso de la que fuera una lacra para toda Italia.
Durante las siete temporadas Maradona se hizo amigo íntimo de la Camorra. Ellos querían tener un rostro conocido a su favor, y lo consiguieron. A favor de Diego Armando estaba el respeto, las fiestas privadas, la exclusividad y las drogas. Todo lo que quisiera sería suyo, cómo y cuándo él lo pidiera.
Maradona empezó a disfrutar de la vida nocturna. Mujeres, drogas, sexo y permiso. Las fiestas tras los partidos podían durar hasta tres días. Todos sabían lo que ocurría, también el club, pero su fútbol hacía olvidar todos los problemas en los que se pudiera meter. El propio delantero llegó a relatar que durante una cena a la que acudió, todos portaban sus respectivas armas como si de una película sobre la mafia se tratara. Él lo estaba viviendo en primera persona.
Tal era su relación que Maradona sufrió el robo de un Balón de Oro. El jugador contactó con el líder de la Camorra para recuperarlo. También le habían arrebatado algunos relojes de alta gama, todos ellos guardados en el Banco de Nápoles. Y todo le fue devuelto, aunque el astro rechazó estos últimos porque no eran los que le habían usurpado. Salvatore Lo Russo, el cabecilla de la mafia napolitana, lo admitió en 2011.
Datos históricos
Lo malo era fácil de olvidar por una sencilla razón: Maradona lo estaba dando todo. Estaba haciendo historia. Daba a todo Nápoles un auge en el fútbol italiano que jamás habían vivido. El jugador que se había visto lastrado por las lesiones era otro y solo conocía el gol y el liderazgo. Le dio el primer título de la Serie A al club y también les llevó a levantar la Copa de la UEFA, similar a la Europa League actual, en la 1988/1989.
Su primera temporada no comenzó de la mejor manera. El debut fue con derrota y el Nápoles no terminó de arrancar. Faltaba algo. Y no solo eran los resultados. Maradona se marchó a pasar Navidad a su país y, en el regreso, el equipo napolitano terminaría la temporada en octava posición. No era para tirar cohetes, pero lo mejor estaba por llegar.
Dos temporadas de adaptación necesitó Maradona para llevar al Nápoles a lo más alto. En la primera logró anotar 17 goles y en la segunda bajó a 13. Desde ahí, y con el Mundial de 1986 de por medio, el argentino despegó y empujó al éxito al equipo. Ya no eran los pobres de Italia, sino un rival temible por el título nacional.
Sería tras ese campeonato de selecciones, donde Maradona llegó como campeón del mundo con Argentina, cuando el cuadro napolitano diera un paso al frente. Lograban su primer título, en la 1986/1987. Maradona, además, lideraba con 17 goles en 41 partidos y se llevarían también la Copa de Italia. La siguiente temporada, Maradona subiría a 21 tantos, pero sin títulos que llevarse. Hasta que en la 1988/1989 llegaría la ansiada Copa de la UEFA. El cielo europeo era del Nápoles.
Un total de 259 partidos y 115 goles que elevaron a Maradona, de la mano del Nápoles, a lo más alto del panorama futbolístico. 'El Pelusa' reafirmaba su condición de Dios. Tras su tope de 21 goles, en sus dos últimas temporadas cayó a los 18 y 10 antes de abandonar el club.
Perseguido y repudiado
No fueron las drogas, ni la mafia, ni el fútbol en solitario. Fue la mezcla de todas ellas las que provocaron la salida de Diego Armando Maradona del Nápoles. Todo porque el jugador había echado tales raíces en la ciudad italiana, con ultras y mafia, que su 'traición' sobre el césped fue demasiado cara. Tenía que pagar todo lo que durante sus años en el club le habían ofrecido a cambio de su fútbol. El éxito se revertía y le pegaba una patada a Maradona.
El delantero lideró a Argentina en el Mundial de 1990. Un torneo que se disputó en suelo italiano. Y que, además, deparó un duelo entre Italia y Argentina en semifinales. El partido, por si fuera poco, se celebraría en Nápoles. Todo en contra para Maradona, que aprovechó para caldear el ambiente de una semifinal histórica.
Maradona sabía lo que había en Nápoles. Esa ciudad que, como había comprobado desde su llegada y a lo largo de siete años, había sido repudiada por el resto del país. El delantero intentó buscar aliados y pidió a los aficionados abandonar a Italia y apoyar a la selección albiceleste. Una petición que era demasiado. "Si me quieren ver contento, que apoyen a Argentina". Maradona pedía algo imposible, y más para los ultras italianos. "Cuando Nápoles me necesitó, yo siempre estuve ahí". Estaba utilizando el conflicto, muchas veces tildado de racista, que había entre la zona pobre situada en Nápoles y el resto de Italia. Quería ganarse el respaldo de los mismos que le aplaudían con la camiseta del club. Pero no.
Ese apoyo no se dio. Maradona marcó en la tanda de penaltis a Italia, firmó uno de sus mejores partidos y eliminó a la selección. El ambiente que él mismo había calentado se le volvió en contra. Y los titulares, los mismos que le habían nombrado Dios, le convirtieron en diablo. La prensa italiana cargó contra el delantero y el país entero se le echó encima.
Maradona había dejado de ser el intocable. Comenzaron las críticas, no contaba con el apoyo de la prensa y los ultras le abandonaron. Italia estaba por delante... y toda Italia reaccionó. Se le abrió una investigación por posesión de drogas y prostitución. También se detectó cocaína en su orina y se le sancionó. Y la Camorra le dejó de lado ante las diferentes intervenciones policiales.
"Sólo les pido que me dejen vivir mi propia vida. Yo nunca quise ser un ejemplo". Pero lo fue.
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