Cuando la certeza se repite, la fuerza de las opiniones se desvanece. Es el momento de rendirse a la evidencia de que Zidane es un gran entrenador, pues lo que se les pide por encima de todo es que ganen. Las críticas deberán alejar su mirada del francés por un tiempo (y casi para siempre), salvo que quieran convertirse en parciales y bajo sospecha. Por psicología, carisma, por la táctica justa, el mando necesario o por ensalmo - ¡qué más da! – son demasiadas las ocasiones en las que sale airoso para que atribuyamos su éxito a la mera fortuna.
A este humilde escribidor le gusta distinguir a los entrenadores entre los que multiplican la fuerza individual de la suma de jugadores; los que ni suman ni restan, pero, al menos, no molestan; y, por último, los que consiguen, pese a sus esfuerzos, que los jugadores se muestren peor de lo que son y el equipo se disuelva. Sin duda, Zidane figura entre los primeros, sin necesidad de sacar un látigo ni convertirse en el sargento perverso de las películas estadounidenses.
Y pregunto que cuál es el problema de tratar a los jugadores con el respeto que se merecen. O de dirigirles con el convencimiento por encima de la presión. Cada grupo necesita una receta y cada jugador demanda un consejo. La regla fija no existe y en el Real Madrid, si alguien tiene una teoría que me la cuente, históricamente ha funcionado mejor el diplomático sabio que el militar resabiado.
Heredero de la tradición de Miguel Muñoz, Vicente del Bosque y Ancelotti, Zidane representa un tipo de entrenador que delega el protagonismo a los jugadores, que da la cara por ellos y que nunca saca pecho por las victorias, ya que la modestia es una base apreciada por sus pupilos sobre la que construye su reputación. A través de ella se construye la confianza mutua, y a continuación fluye entre todos la motivación.
Luis Molowny, el hombre alarma, representó hasta el límite este papel, cuando el club le requirió en situaciones de emergencia que resolvió con pericia singular. Adorado por sus futbolistas, Molowny regalaba los correspondía regalándoles tranquilidad, un bien preciado en el huracán permanente que los azota de forma permanente. Su premisa "Salgan y jueguen" ha pasado a la historia del Real Madrid como una consigna triunfante que está en la esencia de sus entrenadores más laureados.
Como los citados, Zidane es mucho más que eso, creyente de la preparación física rigurosa que tantos frutos le dio en su experiencia italiana como futbolista. La aplicó con firmeza a su llegada y lo hizo la temporada pasada para conseguir una liga, tras el confinamiento generalizado. Asimismo, se le recuerdan grandes momentos tácticos aplicados con agilidad en el encuentro. Y unos cuantos fiascos, más o menos los mismos que deberíamos atribuir a técnicos que nadie discute por ser más parlanchines, más innovadores o vendedores de sí mismos. Mientras, Zidane sólo sonríe.